Capítulo 26.

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-mi señor -oyó la voz de aquella misma anciana que había intentado detenerle antiguamente. Quitó su nariz del cuello del omega y parpadeó varias veces para aclarar su visión.- el otro cachorro también necesita alimentarse.

Su boca se abrió más de lo que hubiera querido y sus ojos hacían notable su perplejidad, ¿dónde había estado aquella cría?

La mujer sostenía en brazos un bulto de abrigos que daban a notar que un pequeño cuerpo estaba siendo cubierto por éste.

¿por qué simplemente había escuchado a un bebé llorar? ¿por qué lo habían alejado por más tiempo?

Su cuerpo se alejó lentamente del de su hombre y atentamente vio cómo el otro cachorro era guiado hacia el pezón del padre.

¿dos?

No había alcanzado siquiera a verle el rostro pero escuchó cómo su respiración era modificada al amamantar.

El mareo volvió con más fuerzas.

Cerró los ojos con confusión, inclinando su cuerpo hacia atrás a medida que sus manos se deslizaban por la alfombra del suelo.

-ambos machos, su majestad -escuchó a lo lejos la voz de la mujer, quien le había cedido el control del otro bebé a la misma criada que les ayudaba a alimentarse.- alfa y omega exactamente.

¿acaso estaba soñando? Eso tenía más sentido.

Sí, definitivamente no pudo controlar la emoción y se desmayó.

-felicidades, hermano -unas firmes palmadas fueron a parar en su hombro, haciéndole saber que todo aquello no era su imaginación.-

Respiró lo más hondo que pudo, dándose cuenta al momento de exhalar que estaba temblando.

Eran dos.

Definitivamente no se había esperado aquello. Creía que, el gran vientre del menor se debía a que dentro de él estaba creciendo un gran cachorro, no dos.

Les miró nuevamente, éstos no soltaban para nada al omega inconsciente.

-¿qué? -apenas pudo expresar a falta de aire y lucidez.-

Aquello era parte de lo mejor que le había pasado en la vida sin dudas.

Un alfa y un omega, oh por todos los dioses.

Sabía que, al ser de castas diferentes no eran gemelos, sino que en todo caso serían mellizos.

Volvió a acercarse al trío y con manos temblorosas le quitó la tela del rostro a la cría desconocida.

La pequeña cabeza quedó libre y pudo divisar oscuros y delgados cabellos casi invisibles.

Contraria al otro, quien tenía su escasa cabellera clara como el sol, igual a la suya.

No podía notar mucha similitud en los rostros aunque uno estuviera más limpio que el otro, era muy difícil encontrar parecidos a tan temprana edad.

Aunque claro, la diferencia de tamaños era totalmente clara.

Dos horas más tarde.

Athelstan recobró el sentido lentamente. Su cuerpo le dolía y lo sentía inmóvil.

Se quejó en voz alta cuando la luz del sol le golpeó en la cara, provocándole un dolor de cabeza instantáneo aún sin abrir los ojos.

¿cuándo había llegado a una habitación? La suavidad de la cama debajo de él le brindaba comodidad, pero aún así todo era muy confuso.

Mi Alfa Vikingo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora