[007]

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Conticinio



Ref/: Hora de la noche en que todo está en silencio. El sonido del silencio.


     La joven de ojos verdes había sentido las cosas extrañas en su casa, más extrañas de lo normal. Algo pasaba, lo sentía.

Con paso apresurado, como siempre, se acercaba a la parada a esperar el bus que la llevaría del colegio a su casa, solo esperaba unos 20 minutos sentada en las viejas y herrumbradas bancas.

Por ratos, el silencio que la rodeaba le invadía y mil preguntas y cuestionamientos le llegaban, muchos en forma de reproche a la misma vida, pero por todos los medios trataba de evitarlos porque, prefería creer que todo lo que pasaba la haría más fuerte.

Aunque en su corazón sabía que no lo era, que solo se hacía la fuerte ante las cosas, pero era más frágil de lo que ella misma se consideraba.

A este punto, tensaba a mandíbula y se levantaba, tratando de dejar tras de sí esas estúpidas conclusiones que sacaba en la soledad.

Debe continuar.

Por su bien, debe continuar, aunque no sea fuerte.

El autobús azul se detuvo, con el rostro serio subió, cambiando su semblante por una sonrisa al momento de saludar a Jorge, el chofer. No tenía necesidad de mostrar su carnet de estudiante, Jorge la conocía.

Al cabo de unos 25 minutos de viaje llegó a su casa.

Nuevamente aquella aura lúgubre le inundó, entró con sigilo y se propuso a subir las escaleras, pero en su intento la detuvieron.


– Luz. – Le hablaron desde la cocina. Ella tragó saliva, esperando que no le volvieran a llamar, pero la vida parece tenerla siempre contra ella. – Sé que estás ahí. – Su madre le habló por segunda vez.

– ¿Pasa algo? – Preguntó al llegar a la cocina. Este jueves era terrible.

– Si, – Habló Bob. – pasa que Carlos me ha llamado, ¡Pequeña zorrita! – Un golpe sordo causado por un golpe en la mesa la asustó. – ¿Puedes adivinar qué pasa? ¡Eh! –

– Yo... –

– ¿Quién era la perra que te sacó de ahí? ¡Responde, puta! – Las palabras no le salían de la garganta, pero ni aun saliéndoles les diría quien era a rubia. – ¡Estoy hartándome de ustedes! – Gritó. La mujer mayor se acercó a él.

– Bob... no tienes que... – Se acercó rápidamente a la ojiverde. – Luz... dile, ¿Quién era la mujer? –

– ...No la conozco. – Su mirada no sabía mentir.

– No la conoces... – Carcajeó el hombre. – ¡Te creo, sabes! – Se acercó a ella y la tomó de la muñeca apretándola fuerte. La menor hizo un gesto de dolor ante la acción. – Pero, espero que no se vuelva a repetir. – Acercó su rostro al de ella. – Por tu bien, espero que no se repita.

– No se repetirá. – Se apresuró su madre a decir.


Él la soltó al segundo, la pelinegra tomó su muñeca con delicadeza con su otra mano, sentía un dolor punzante en ella.

Respiró profundo y se fue a su cuarto, en el camino las lágrimas iban saliendo, no permitiría siquiera que la vieran llorar.

Las horas pasaron e increíblemente todo este tiempo no había dejado de pensar en una sola persona. Como si se hubiese apoderado de su mente, sonreía y cuando se daba cuenta de esta acción se mordía los labios en un acto tímido que, aunque nadie la viera, le apenaba.

Un amor -indebido- incomprendidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora