Parte 3 - Adaptándonos

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 Los siguientes dos meses transcurren con una nueva rutina, Tras cada salida la doctora envía por escrito sus notas con el pequeño Milcoh y cada día voy aumentando mi trabajo, de forma bastante rápida y contenta del enfoque que había logrado darle, sin duda alguna mi obra iba a causar revuelo.

Solo hubo una vez en que la doctora se ausentó por más de 12 días. Durante ellos y a falta de material, me atreví a formar parte, con la ayuda de Milcoh, de los juegos de los niños en el río. Llegando a bañarme con ellos bajo la divertida mirada de los mayores, incluido Tobir.

Poco a poco me fui introduciendo en su vocabulario e incluso ya podía hacer brotar de mis labios, algunas frases hechas. Milcoh era un buen maestro, ningún otro podía haber tenido tanta paciencia.

Un día, en la mañana Tobir llama a mi puerta.

-Joan, voy a Nagpur. ¿Quieres venir conmigo?

-¿Lo dice en serio?

Abro, con mis ojos extremadamente abiertos buscando la verdad en su cara y su sonrisa me anima a correr en vestirme. Cuando quiere darse cuenta estoy sentada a su lado en su viejo jeep.

-Tobir ¿Hay correo en Nagpur?

Asiente.

-Un segundo.

Salgo del vehículo, entro en mi cabaña y tomo las 4 cartas a Don, que había dado por imposibles de hacérselas llegar.

Durante el camino, solo unas 3 horas, voy alegrándome del efecto que mis noticias causarán en él.

Al llegar allí veo que la ciudad es preciosa, grandes templos abundan por doquier y en las calles los mercaderes reclaman la atención de sus clientes con un pregón casi musical. El tiempo pareciera no correr aquí, el claxon del vehículo suena para advertir a varios de los viandantes que deben apartarse y poco a poco nos vamos abriendo camino hasta el final de la calle.

Tobir me da instrucciones desde donde poder enviar mis cartas, apenas unos metros alejados de donde estacionamos el coche, y me encamino allí dejándole a él rumbo a los puestos.

Cruzo la calle y llego hasta el lugar, nadie lo ocupa excepto un hombre obeso que tras una vieja consola, coloca unas latas en una estantería. Me acerco al tiempo que se gira. Me pregunta algo en su idioma y le enseño las cartas de mi mano. Comprende mi gesto y las toma.

-América, Filadelfia - le digo lentamente.

Él asiente y me pide, tras contar los sobres, 4 rupias que saco de mi bolsillo y entrego a sus voluptuosas manos. Me dedica una sonrisa y murmura algo por lo bajo.

-De nada - respondo en su idioma.

Aunque es difícil de creer le he entendido unas "gracias", y pareció a su vez entender la mediocre pronunciación de mi respuesta, eso me hace sentir mejor... de alguna manera.

Una vez fuera, me alegro de haber conseguido enviarlas y cruzo de nuevo la calle, hacia el jeep.

Tobir no debe de haber terminado sus compras. - pienso - y se me ocurre pasear por el lugar.

Los puestos son de lo más inverosímiles, hierbas aromáticas a un lado, estatuillas de dioses por otro, un hombre que vende agua o una mujer cocinando tortas en una improvisada cocina. Todo es fascinante y a la vez extraño y salvaje, pero lo que me llama aún más la atención es un hombre delgado y semidesnudo que toca una flauta delante de un cesto. Reparo mi atención en él, mientras otros siguen mi ejemplo y se acercan. Mis ojos se nublan ante la visión de una cobra que emerge del cesto en actitud defensiva, doy un salto atrás, pero no me voy.

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