Parte 26 Francia

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Con sus bolsos colgados de sus hombros, dispuestas a tocar tierra firme, bajaban por la escalinata de metal. Las hélices del avión giraban por impulso a pesar de que ya habían parado los motores.

El pelo de Wen ondeaba hacia un lado de su rostro. Pasó su mano y hizo unos movimientos circulares con él entre sus dedos para retenerlos lejos de su cara y evitar que dificultara su visión de cada escalón ante ella. Igualmente, los finos cabellos de Joan pululaban al antojo del aire.

Wen, avanzó dando unos primeros pasos en el fino asfalto de alquitrán seguida por Joan que, a su lado contemplaba las cristaleras y el compacto diseño de la terminal del aeropuerto, estructuras a las que ya no tenía costumbre de ver. No tenía comparación alguna con el aeropuerto de Marruecos, o la estación de tren de Bombay, ni siquiera con la tosca y práctica terminal de Filadelfia. El diseño simple y sofisticado de este recinto inspiraba progreso, civilización, desarrollo, todo aquello que Wen intentaba evitar. La miró de reojo, sonriendo ante la expresión seria de la mujer, leyendo en sus ojos y su expresión esa frialdad involuntaria y exagerada muestra de disconformidad que no escondía jamás.

Sabía que le esperaba unos meses de altibajos, soportando el carácter agrio e inquieto que a Wen le sacaba este tipo de lugares. Eso, sumado a lo centrada que estaría en las pruebas y los estudios en el Instituto. Iba a ser necesario sacar toda la paciencia de la que era capaz, pero aún así compartía con la otra mujer el optimismo y la satisfacción de progresar en su investigación. Ahora, estaba cansada, hambrienta, deseosa de lavar su cara y cambiarse de ropa.

Entraron en la terminal. Alrededor, decenas de personas caminaban como si fuesen a apagar algún fuego. Joan observó a algunos fijándose bien en sus vestimentas, en lo limpios y elegantes que les parecían todos, al menos todos los hombres. Las mujeres vestían unos trajes imposibles, estrechos, dificultando la respiración, pero lo más increíble eran los sombreros que todas y cada una de ellas lucían rivalizando en tamaño y diseños absurdos. Solo un par de chicas portaban unas especies de boinas negras que a Joan se les hizo agradables e incluso prácticas. Una de esas mujeres, llamó su atención por llevar una falda estrecha, solo perceptible por la abertura de un largo abrigo negro que bajaba hasta sus rodillas. Sobre unos finos y delicados zapatos de tacón, se permitía el lujo de un caminar sobrio y elegante.

Pararon en el centro del espacio. Un enorme espacio de un suelo de brillo impecable, iluminado por unos grandes focos de un metal perfectamente pulido, que colgaban del techo.

Wen giró su cabeza hacia atrás, y ver a Joan que no había mediado palabra desde que habían bajado del avión. La descubrió mirando a algún lugar. Al desviar sus ojos hasta la dirección de los de la chica, observó a una mujer de pelo largo y castaño, con un abrigo largo que se abría con cada paso que daba.

Cuando la mujer se perdió de su vista tras una columna Joan miró a su lado y descubrió a Wen que con sus cejas alzadas y una mueca de su boca la miraba atenta.

-Bienvenida a París-dijo en tono de burla.

Joan alzó sus cejas y alzó sus hombros en señal de interrogación.

Cuando la doctora devolvió su vista al lugar por donde entraban los bultos de los viajeros, sonrió mirándola de reojo, evitando ser descubierta por esta.

Esperaron unos minutos para poder hacerse con la única maleta que portaba sus pertenencias y luego caminaron hasta la primera línea de puestos y comercios que rodeaba la zona de entrada de los pasajeros.

-¿Y ahora qué?- preguntó Joan mirando a su alrededor, como cientos de personas llenaban un espacio aún mayor del que habían dejado atrás.

-No lo sé, se supone que alguien venía a buscarnos.-respondió escudriñando el espacio, no sabiendo qué ni a quien buscar.

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