Parte 29 Dolida, enfadada y desilusionada

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El silencio de la noche se rompió por un ligero y agudo quejido que dejó a Joan, de un solo movimiento, sentada en el viejo colchón.

Miró a su lado y luego hizo un recorrido en el espacio entre aquellas paredes, sintiendo el frío de la soledad de ese cuarto, el pequeño cuarto que ocupaba Alan hasta hacía solo un mes. Ojeó a su alrededor intentando ubicarse, contemplando las pocas pertenencias del hombre rodeándola por todas partes. El escaso mobiliario consistía en una pequeña mesa que hacía de escritorio con una silla, un fino estante encima de él repleto de libros, un pequeño armario al lado de la puerta de entrada, y la pequeña mesita de noche junto a la cama que ocupaba.

Tras respirar jadeante durante unos minutos, se dejó caer de nuevo sobre el colchón. Se acomodó hacia un lado abrazada a su almohada, con cuidado de no mover su hombro, y desde la cama, dirigió sus ojos hacia la ventana por la que se filtraba la tenue luz de la luna, alumbrando la pequeña estancia en tonos blancos y grises.

Sus increíbles ojos verdes se quedaron hipnotizados en el brillo blanco que en ese momento se ocultaba bajo una fina capa de bruma que parecía abrazar aquella esfera luminosa, para luego pasar de largo dejándola iluminar la noche con todo su esplendor.

Por la pequeña abertura de la ventana, que había dejado abierta aquella noche, entraba una suave brisa que hacía ondear la fina tela gris que pretendía ser, más que una cortina, un impedimento para la intrusión de mosquitos y demás insectos nocturnos.

Su mirada verde y clara, seguía los movimientos de la tela mientras trataba de alejar, una noche más, cualquier recuerdo de la pesadilla que una y otra vez, se le repetía en mitad de la oscuridad.

La quietud de la noche, solo la interrumpía los sonidos de la selva que se hacían eco hasta el valle, y el ligero roce de la tela en el cristal.

Se perdió en el oscuro cielo y el aura de colores que rodeaba al astro, alcanzando a distinguir una estrella brillar a su lado. Parpadeó lentamente intentando quedarse en la paz que le trasmitía esa visión.

Se giró hacia arriba con cuidado y colocó su mano bajo su cabeza. Miró las siluetas abstractas que provocaba el ondear de la cortina al jugar con la luz. Ladeó su cabeza e imaginó que unos ojos azules la miraban a unos centímetros de su cara. Trató de acompañar ese sentimiento por el de sentir su brazo rodeándola, su respiración en su cuello. Cerró sus ojos inhalando suavemente, notando como se empezaban a humedecer sus pestañas, al darse cuenta como con solo imaginar su presencia, podía hacerla sentir llena, plena y capaz. No quiso abrirlos por intentar retener ese sentimiento familiar. Exhaló despacio y otra visión se plasmó en su mente, Wen, con el rostro desencajado de rabia, la apartaba de su lado de un solo movimiento. Sintió de nuevo el dolor de su hombro al repetirse la escena en su cabeza, tan vívida que volvía a convertirse en una puñalada en su alma.

Una lágrima corrió por cada lado de su cara al recordar la triste evidencia de que no la quiso a su lado en esos momentos. Como si ella no fuera esa persona en la que ella pudiera cobijarse, agarrarse, ser el estandarte en quien se apoyara como lo era esa mujer para ella. Esa herida crecía como una yaga recién hecha a fuego lento, enterrándose poco a poco en su carne hasta llegar a un lugar muy dentro de su alma. Necesitaba que la necesitara, tanto como ella lo hacía. No ser esa persona a la que proteger, ni cuidar, sino una igualmente capaz de soportar el duro peso de sus malos momentos.

Ya todo había pasado. Estaba tranquila de saber que Tobir cuidaría de ella y que no tardaría en recuperarse. Y le dolía saber que a pesar de todo, ella no tenía ese derecho, ese honor de demostrarle su amor mostrando su necesidad de estar a su lado especialmente en esos momentos tan duros para ambas.

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