El chico correcto para el momento perfecto

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Kaylen

El agua de la ducha hace remolinos oscuros mientras froto mis manos. Usé dos lápices de carbón hasta terminarlos, y mis dedos estaban negros cuando por fin me di por vencida. Cierro mis ojos mientras me pongo bajo el agua de la regadera. El rostro de Román está justo ahí, perfecto en mi mente, tal como esta mañana mientras dormía a mi lado. Pero no puedo reproducirlo en papel. Lo he intentado todo el día, y mis patéticos esfuerzos se encuentran, en este momento, convirtiéndose en humeantes cenizas en el fuego.

¿Cómo me las arreglé para hacer todo tan completamente mal?

Pongo mi mano en mi estómago, dejando manchas grises sobre mi piel mojada. Román se había ido, y la expresión en su cara cuando se fue me dijo lo repugnante que me encuentra. No he sido capaz de sacar su expresión de mi cabeza. La idea de acostarse conmigo le resultaba repulsiva. No me di cuenta al principio. Pensé que me ponía a prueba, pero ahora sé que trataba de alejarme. Desearía que hubiera sido honesto sobre eso, porque en realidad creo que me hubiera herido menos.

No es su culpa. Es mía. No nos hubiéramos separado como amigos si no le hubiera hecho esa estúpida proposición. Habría vuelto el lunes, y podríamos haber seguido como estábamos. Pero arruiné todo, y apuesto que se ha ido para siempre, a menos que mi madre lo invite de nuevo a su cama. Una vez que ella regrese, creo que podría confinarme a mi habitación, porque si tengo la oportunidad de toparme con él de esa manera, no seré capaz de mantener mi entereza.

Sin embargo, no tengo que preocuparme por eso ahora. Mamá llamó hoy, y no regresará hasta el miércoles. Mi jaula se hace cada vez más pequeña, apretándome tan fuerte que casi no puedo respirar. Jadeando, termino mi ducha y tomo una toalla para secarme, a continuación me visto con una camiseta y pantalones de yoga. Camino por el pasillo, vacío. Pasaré la noche en el nido abandonado, porque todavía huele a él y todavía no estoy dispuesta a dejarlo ir.

El teléfono ha sonado una y otra vez, pero no reconozco el número, así que no lo he contestado. Comienza a sonar de nuevo cuando llego a la sala de estar, y lo ignoro hasta que queda en silencio. Solo hay una persona en el mundo con el que me gustaría hablar, y él tiene cosas más importantes en que pensar.

Un sonido lejano de golpes hace que se me acelere el corazón. Viene de la entrada lateral. ¿El tipo del arado, tal vez, viene por su pago? ¿O un asesino en serie lo suficientemente cortés para llamar? Me acurruco, hundiéndome en mi nido y cubriéndome con una manta.

—Váyase —susurro—. No estoy aquí.

Los golpes se detienen. Me relajo un poco. Hasta que escucho pasos en el pasillo y recuerdo que la puerta no estaba cerrada con llave. Me quedo muy quieta, pero mi corazón está golpeando contra mis costillas, y el pánico está empezando a crecer dentro de mí. Voy a...

—¿Kay? —me llaman en voz baja.

Me incorporo rápidamente.Román está de pie a unos metros del nido.

—Hola —le digo, pero sale como un pequeño chillido.

Hace una mueca. —Te asusté. No quería hacerlo de nuevo, así que llamé varias veces. Y toqué a la puerta. Tú... tú no respondiste.

—Pensé que tal vez era un asesino en serie.

—Lo siento. No sabía cómo comunicarme contigo.

—¿Viniste a recoger tus cosas? —Debí haber pensado en eso. Probablemente las necesitaba para terminar sus cuadros o algo así.

—Sí, pero... te he traído algunas cosas. —Extiende su mano hacia mí.

La tomo, necesitando ese agarre fuerte y estable para equilibrarme. —No tenías que hacerlo.

Alas rotas a traves del cristal (Román Burki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora