Un chico ordinario en una armadura de misterio

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Román

Coloco mi brazo sobre los hombros de mamá mientras mira a través de un viejo álbum de fotos. En una de las fotos, ella y mi papá están en la playa conmigo.

—Te pusimos protector solar, pero sudabas tanto que se quitó rápido —dice con una sonrisa—. ¡Y tuvimos problemas para atraparte y conseguir que se quedaras quieto el tiempo suficiente para ponerte más!

—Debí haber sido un dolor en el trasero. —Sonrío, mirando la regordeta cara de bebé que era yo.

—Eres un regalo, Román. Pequeño regalo travieso, imparable y detestable. —Ella se ríe, y luego tose. El sonido envía una espina de ansiedad a través de mi pecho. Mañana por la mañana, a las cinco, nos vamos al hospital. Su médico dijo que la cirugía tomará cerca de tres horas, y después estará en cuidados intensivos durante el resto del día. Mis padres verlos juntos me hace daño; no estoy seguro de cómo sobrevivirían el uno sin el otro.

—Es bueno que estuvieran los dos allí —le digo, luchando contra el impulso de apretar su hombro. No es una mujer muy grande, sobre todo en comparación con los hombres de mi familia, y ahora que ha perdido algo de peso, parece como un montón de ramas frágiles.

—¿Por qué crees que no tuvimos más niños? Estábamos aterrorizados de ser superados en número. —Se ríe de nuevo. Siempre alegre y decidida a no dejar que las cosas se pongan tristes. Me mira, con la boca crispada con picardía—. ¿Te acuerdas cuando solté una maldición sobre ti?

—¿Qué?

—Un día, convenciste a tu amigo para subir hasta el techo e ir a buscar el boomerang que tiraste allí arriba...

Froto mi cara con la mano. —Nunca lo olvidaré. —Él solo tenía ocho años, se resbaló con una teja suelta y cayó. Afortunadamente, aterrizó en la cama de flores de mi madre, que era lo suficientemente ancha y acolchada, y se alejó cojeando con un tobillo torcido, pero mi madre acababa de salir al jardín, así que fue testigo de todo el asunto.

—Pero no recuerdas la maldición —dice ella. Arruga la cara, toda enojada y dramática, y dice con voz chillona—: Algún día, Román, cuando tengas hijos, ¡espero que te den un susto como este! ¡Quiero que sepas lo que se siente! —Sonríe—. Todavía estoy esperando a que haga efecto.

Suspiro. —Podrías estar esperando un rato. No tengo prisa.

Apoya la cabeza en mi hombro. —Está bien. Tienes que encontrar a la mujer adecuada primero. —Sus ojos se encuentran con los míos—. ¿Algún movimiento en ese frente?

Bajo la mirada hacia ella; mis pensamientos cayendo unos sobre otros. Rara vez me pregunta sobre mi vida amorosa, algo por lo cual estoy muy agradecido. El hecho de que lo esté haciendo hoy, significa que se está preguntando si va a estar aquí para ver a sus nietos. Y no sé qué decirle, cómo tranquilizarla.

—¿Cómo voy a saber que he encontrado a la mujer adecuada?

Estrecho los ojos. —Ella será capaz de ver a través de ti, Román. —Me da palmaditas en la mejilla, pero su mirada me dice que sabe más de mi vida de lo que deja entrever; me conoce mejor de lo que nunca he entendido realmente.

—¿Por qué querría eso? —bromeo.

—Porque a ella le gustará lo que ve —dice mi mamá en voz baja. Vuelve a mirar las fotos, a través de una década de noches de bruja, toda una vida de navidades, niños flacos, con la cara llena de granos. En un momento, empecé a esconderme, a crear una fachada. En algún momento, me separé en dos mitades, la parte que quería guardar para mí y la parte que estaba dispuesto a compartir. Fui tan bueno en eso que la gente nunca se dio cuenta de que llegaba solo a la mitad de mí, excepto mi madre, al parecer.

Alas rotas a traves del cristal (Román Burki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora