Un intercambio y una revelacion

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Román

Liz me sigue a mi coche cuando me voy. Mis amigos se fueron hace media hora, pero en ese momento Kay y yo estábamos haciendo bosquejos en el pórtico cerrado, luciendo como que nunca hubiéramos estado haciendo algo más. Parcialmente. Los labios de ella estaban hinchados y exuberantes de mis besos, pero no creo que Liz se interese mucho sobre su hija.

Pensé que me había dado una salida suave después de mis payasadas de anoche, pero cuando Liz pone sus manos en mi cintura, me doy cuenta de que ella no ha terminado conmigo. —Oye —le digo, dándome la vuelta con mis llaves en mi mano—. ¿Qué pasa?

—Creo que me debes una pequeña disculpa —dice haciendo pucheros. Oh, no.

Mi mirada se desvía a las ventanas de la mansión. No quiero que Kay vea esto. Odio que nos haya visto  juntos, que tenga que pensar en ello, y no quiero que dude de mí. Pero tengo que hacer esto con cuidado. —Lo siento. No pretendía beber tanto.

—Creo que debes pedir disculpas de rodillas —agrega, moliéndose contra mí—. ¿Puedes volver esta noche?

—Ojalá pudiera. —No puedo enojarla  de una manera que hiera su ego, ya que va a hacer las cosas mucho más difíciles. Si Liz no me deja visitarlas, nunca voy a ver a Kay. Así va a ser hasta que mi niña se ponga mejor —si ella decide que es algo que quiere— así que tengo que estar en buenos términos con su madre... mientras que consigo que ella me deje ir—. Mi-mi padre me necesita. Tengo que estar con él.

—¿Durante toda la noche? —espeta Liz.

—Mi mamá se encuentra en el hospital. Ha sido duro. —No es difícil lucir perturbado por eso, porque esta parte no es un acto.

—¿Por cuánto tiempo estará ahí? ¿No irá a casa pronto?

Rechino los dientes. —Eso espero. Los médicos están diciendo que quizás el martes, si sigue mejorando.

—Martes —suspira. Noto por la posición de sus manos y el movimiento de sus caderas que el martes se siente como años para ella.

—Te lo haré saber. Lo siento. Me gustaría poder estar aquí. —Eso no es una mentira, pero no tiene nada que ver con ella.

Asiente. —Si las cosas se ponen mejor, házmelo saber. Echo de menos estar contigo.

Echa de menos follarme, que no es lo mismo que estar conmigo. La tomo en mis brazos. Es hora de cambiar esto a ella. —Piensa en lo que fue para mí, cuando te fuiste toda la semana pasada.

—No me di cuenta... Lo siento,Román. Pasaba por un momento difícil.

—Está bien —le digo, acariciando su cabello—. Sobreviví. —Si se le llama sobrevivir a enamorarme increíble, dolorosa e intensamente de Kay.

—Vamos a hacerlo la próxima semana entonces —dice rápidamente—. Lo prometo. Y vamos a tener que finalizar el número de pinturas para la suite de entretenimiento. ¿Estoy pensando en tres?

Asiento. —Eso suena muy bien. Lo que quieras. —Me he dado cuenta de eso con Liz. Cuando ella se siente culpable por algo, lanza su dinero.

Me da un rápido beso que habría incluido la lengua si no me apartaba falsificando un estornudo. —Salud —dice ella, con evidente decepción—. Y espero que tu madre se mejore.

—Yo también. Ah, y ¿qué hay de que vuelva el lunes? Podríamos hablar de los cuadros, y podría tener otra clase con Kaylen. Me perdí cuatro de sus clases la semana pasada.

—Por supuesto. ¿Está dándote un mal rato? Ella sigue siendo una reina del drama.

Sonrío, aunque quiero empujarla lejos de mí. No puedo creer que hable de su propia hija de esa manera. —Nah. Ella aprende rápido y es buena estudiante.

Alas rotas a traves del cristal (Román Burki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora