Un ataque de pánico y un abrazo de esperanza

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Kaylen

Mi palma descansa extendida sobre el pecho de Román. Tiene el cuerpo más hermoso, y me gustaría tener el derecho de mirarlo cada vez que quiera. Me gustaría que esto fuera real y no un acuerdo de negocios de una sola vez. Porque ha sacudido mi mundo, y ahora tengo que pretender que las cosas pueden seguir como estaban antes. No quiero asustarlo para siempre.

Y, sin embargo, no puedo dejar de persistir. Mi propio cuerpo está en una especie de dolor. La presión de él dentro de mí fue increíble, casi insoportable. Hubo momentos en los que me daba miedo, pero él era tan tranquilizador que pude pasarlo sin entrar en pánico. Me concentré en la sensación de sus músculos bajo mis manos, en su respiración, y, de hecho, al final, creo que alcancé a ver lo que podría ser el sexo si mi cuerpo tuviera la oportunidad de acostumbrarse a él. Oculto dentro de la incomodidad estaba este atisbo de deseo, esa sensación de que si yo empujara, algo increíble estaría esperando por mí. Estaba empezando a hacer exactamente eso cuando Román se puso tembloroso, cuando el suave movimiento de sus caderas se hizo errático, cuando su mano se convirtió en un puño en mi cabello y todo su cuerpo se puso rígido.

Esa fue una sensación totalmente diferente, potente, intensa y devoradora. Le había hecho perder la compostura, su control, y sus palabras anteriores revolotearon en mi memoria: Cuando es bueno, se trata de perder el control. Sostuve su cara en mis manos y observé el surco de su frente, casi como si estuviera dolorido. Muy dentro de mí, lo sentí moviéndose, y Dios, quería sentirlo otra vez, otra vez y otra vez. Hice que se corra. No se sentía como un acto. Sino mucho más que eso, pero no duró mucho tiempo, así que no tuve la oportunidad de averiguarlo.

Quiero hacer esto de nuevo con él, pero eso no es parte del trato.

—Tengo que lavarme —dice en voz baja.

—Por supuesto —le contesto, alejándome de él. Quiero cubrir su piel con besos. Quiero susurrar lo mucho que lo adoro. Sentir su carne entre los dientes y su sabor en mi lengua. Quiero limpiarlo yo misma. Quiero, quiero, quiero... pero no puedo tenerlo—. Todo lo que tengas que hacer.

Besa mi frente. —Vuelvo enseguida.

Él se da la vuelta para salir del nido, y me quedo mirando fijamente su cuerpo desnudo retirándose de mi vista. Tal vez también debería levantarme pero me siento muy relajada. Incluso el dolor es un poco ligero en estos momentos, un recuerdo lejano.

Román regresa rápidamente, pero antes de subirse de nuevo en el nido, se pone sus boxers, y no puedo evitar la punzada de tristeza que siento. Aunque supongo que debería estar feliz de que no se esté vistiendo y yéndose en este momento. Pero ¿tal vez quiere hacerlo y solo siente lástima por mí?

—Te puedes ir, si quieres —digo—. No tienes que quedarte.

Hace una pausa, de pie junto a mí, mirando hacia abajo a mi cuerpo todavía desnudo. Me pongo una manta sobre mí misma. —¿Quieres que me vaya? —me pregunta.

No, no, no, nunca. —Uhm. Eso depende de ti.

Se baja hasta a los cojines. —Si lo dices en serio, me gustaría quedarme un rato —dice—. Quiero decir, después de lo que acabamos de hacer... —Sus ojos se encuentran con los míos.

—Estoy bien, Román. —Me pregunto si solamente se va a quedar porque está preocupado de que vaya a tener algún tipo de crisis emocional, una vez que se vaya—. Esto era lo que yo quería.

Sus dedos apartan el pelo de mi frente. —¿Te duele?

Pongo la mano en mi estómago. —En realidad no. Estoy un poco dolorida, pero eso es normal, ¿no?

Asiente. —No va a ser tan malo a partir de ahora, creo.

—No fue tan malo esta vez —se me escapa. Y no hay un "a partir de ahora", no para mí.

Alas rotas a traves del cristal (Román Burki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora