Román
Los copos de nieve bajan gruesos y húmedos mientras saco el carro. Levanto la vista hacia el cielo gris, deseando que otra ventisca me atrape aquí con Kaylen, deseando que por un par de horas solo seamos ella y yo. Eso no ha sucedido últimamente. Tenía una hora con Kaylen cada día, y estaba agradecido por ello. Habría venido sin más, pero solamente pasaron dos semanas desde que Liz decidió que terminó conmigo, y esto es muy importante para mí como para precipitarme.
Un movimiento en mi periferia atrae mi mirada, y mi boca se abre cuando veo a Kay viniendo hacia mí. Tiene el pelo recogido en una cola de caballo, y está usando botas y un abrigo suelto, obviamente. Como que me encanta eso de ella, que no se preocupe demasiado en hacerse perfecta. Abro la puerta para salir del coche, y mi usual excitación nerviosa de verla me hace caminar a toda marcha.
—Hola —dice con una sonrisa—. Mi mamá acaba de irse.
Mis músculos tiran apretados. —¿Y?
Se acerca a mí y me susurra al oído—: Y eso nos da unos veinte minutos.
Dejo escapar una risa nerviosa. —Está bien.
Toma mi mano y me empieza a arrastrar hacia la casa, y apenas recuerdo agarrar mis suministros. Los pongo en el pórtico y la estrecho entre mis brazos. Nuestras bocas se chocan, nuestras lenguas se enredan, y mis manos se deslizan por debajo de su camisa mientras se despoja frenéticamente de su chaqueta. Hay tantas cosas que quiero hacer con ella, y no hay tiempo suficiente. Por la forma en que sus manos se aferran a mi abrigo, creo que siente lo mismo. Pongo mis dedos bajo su sostén y, aprieto su perlado y duro pezón. Dios. Lo quiero en mi boca. Lo quiero entre mis dientes. Quiero su piel contra la mía, sus piernas abiertas. Quiero estar tan dentro de ella que nunca sea capaz de olvidar que estuve allí.
—Kay —gimo contra su garganta—, esto se va a salir de control.
Enrollo mi brazo alrededor de su cintura. Toca mi frente. —Pensé que estarías feliz —dice ella—. Pensé que querrías...
—Quiero —le digo bruscamente—. Pero... no es el momento. Ni el lugar. —Quiero horas con ella, no solo unos minutos.
Se aleja. —Oh.
No dejo que vaya muy lejos, porque se siente demasiado bien tenerla contra mí. Me encanta estar con ella, pegados de lado a lado. Me encanta hablar con ella por teléfono, lo hacemos todas las noches. Hablamos de todo tipo de cosas al azar, pero hay algunos temas que siempre evita, su terapia... y sus planes. Me hacen poner nervioso. No está bien y no es genial, pero no puedo evitarlo.
—¿Cómo va la terapia?
—Bien.
—¿Por qué no hablas de eso conmigo? —dejo escapar.
Se queda callada por un momento, y luego levanta la cabeza. —Supongo que no quiero recordarte que tengo problemas. —Pone los ojos en blanco—. A pesar del hecho de que tienes que venir a verme; probablemente eso te lo recuerda constantemente.
Rozo con mis dedos su mejilla. Las ojeras son más ligeras. Espero que eso signifique que está durmiendo mejor. Hablamos hasta bastante tarde en la noche. —Todos tenemos problemas, Kay. Y... no tienes que decirme si no quieres, pero me gustaría oír sobre eso.
Esa mierda duele.
—Se está haciendo más difícil —dice en voz baja—. No me gusta hablar demasiado de ello, porque me da miedo.
Y ahora me siento como un imbécil egoísta. —¿Todo el asunto? Pensé que la terapia era segura. Relajante o algo así.
Sus ojos son enormes, de color marrón oscuro y líquido. —Esta terapia no —susurra—. Es un poco de todo lo contrario. Bueno, casi todo.