Capítulo 20

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Capítulo 20:

Hoy no sabía qué sentir dentro suyo, estaba inmensamente feliz, la noche anterior había sido la mejor de su vida por muchísimas razones y por muy alto sobrepasaba a cualquiera que hubiese vivido antes. La alegría corría por sus venas e incluso miraba a todos lados para que no lo miraran raro al momento en que intentaba dar saltitos imposibles de contener por tener tanta felicidad acumulándose en sus venas. De cuando en cuando se tocaba el pecho para así poder sentir los latidos desesperados que su corazón daba cuando a su mente llegaban los recuerdos de una rubia y de él besándose como si hoy no iba a existir y estando casi a punto de llegara a algo más que un beso. Sin embargo, el hecho de que no pudieron llegar a nada aun más allá de roses calientes no estaba en absoluto decepcionado puesto que, anteriormente, no se hubiera imaginado que tan solo un beso al menos una vez llegara a pasar.

—¡Esto es maravilloso! —susurraba, reprimiendo las ganas de gritarlo a los cuatro vientos, pero por la vergüenza no lo hacía.

El camino al colegio no supo si se le hizo demasiado largo o demasiado corto. Largo, porque lo primero que quería hacer al llegar era ver el hermoso rostro de Ámbar, incluso si la veía al lado de Matteo, no le importaría porque ambos tendrían en mente lo que pasó la noche anterior y cómo se quedaron durmiendo juntos en la misma cama, abrazados como si fueran una verdadera pareja. Por otro lado, se le hacía corto porque el reboso de felicidad no lo dejaba tranquilo y no era que le incomodara, todo lo contrario, era lo que parecía moverlo sin necesidad de utilizar los pies.

Caminó —casi corrió, en realidad —unas cuantas cuadras sin sentir que lo había hecho. Por alguna razón presentía que ese día nada se lo podía arrebatar, mucho menos nadie. Estaba dispuesto a llevar esa felicidad hasta el final del día, cuando se viera nuevamente con la rubia y que fuera solo Dios el responsable de lo que entre ambos podría suceder.

A la distancia, pudo distinguir la silueta de una persona que rápidamente supo de quién se trataba, esa altura, el cabello y la manera rápida y segura con la que caminaba no se le pasarían por alto nunca. Quiso gritar su nombre para hacer que se detuviera, pero consideró que estaba un poco largo como para hacerlo sin parecer que se estaba desgarrando por dentro, optó por caminar todavía más rápido hasta poder llegar a su par.

—Hola, señorito —lo saludó con un casto golpe en el hombro.

—Hola —fue la respuesta que recibió. Inmediatamente se dio cuenta de que algo no andaba bien.

Desde ya tiempo atrás sabía que nada con él andaba bien, pero justo ese día ni siquiera se molestaba en disimular que era lo contrario. Su voz era apagada y llevaba la cara casi pegada al suelo.

—¿Todo bien? —cuestionó con creciente incertidumbre, colocando su mano en el hombro que antes había tocado para dejarla allí un momento —¿Pasó algo?

Se quedó en silencio, sin levantar el rostro. No parecía muy interesado en llevar una conversación con él, pero Simón bien sabía que guardarse las palabras que luchan por escaparse de nuestro interior es una reverenda estupidez. Actuar así contigo mismo trae consecuencia, no solo psicológicas, sino también físicas.

—Nico, ¿te sucede algo? —inquirió nuevamente, rodeando al muchacho para pasar a su otro costado, pero dejando su mano derecha sobando su hombro, mientras que ese mismo brazo lo cobijaba para demostrarle apoyo.

—No, Simón, no me pasa nada. No te preocupes —al fin le dio la cara, mostrando un mohín amargo y forzado que lo único que le dio a entender es que nada andaba bien. Pero lo que más le llamó la atención, fue las tremendas bolsas oscuras que cargaba debajo de sus enrojecidos ojos.

Querida Ámbar |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora