Capítulo 13

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Capítulo 13:

En los soles de esos días, como si hubiese sido el día anterior, todavía recordaba las palabras que algunas personas le decían, personas que por creerlas cercanas pensó que nunca las mencionarían. Pero era estúpido pensar que ellos nunca iban a pensar, que nunca iban a hablar en su espalda. No, ¿quién era más estúpido, él o la gente? Tal vez él por esperar más de lo que una persona puede dar.

—...Parece maricón —decía aquel hombre con voz seria, mirada fría y ceño más fruncido que cualquier otra cosa que había visto hasta entonces.

—Pero no lo soy —respondió tratando de parecer que esas simples palabras no le habían afectado.

Y las cosas que le afectaban a parte de las palabras, eran las que no estaban ahí, no para ofenderlo, sino para lo contrario, para defenderlo. Porque su madre lo único que hacía era quedarse callada, otorgando veracidad a las palabras de su padre. Ella también lo creía, ella era una más.

—Se me quitó el hambre —dejó los cubiertos sobre la mesa y se levantó de su lugar, poniendo la vista en aquel sitio donde no estuviera Simón.

La mujer solo bajó la mirada, la cosa típica que hacía cada vez que ese tipo de conversaciones llegaban a la mesa.

—También a mí —y subió a su habitación sin mencionar ninguna otra palabra, absteniéndose de las ganas de llorar que eso le provocaba.

Recodar cosas como esa no era algo que deseara, no era algo que hiciera solo porque sí, era algo que no podía evitar, algo que, según parecía, ya venía en su esencia: sufrir por recuerdos. Cuando lloraba, la gran parte de culpa por la que sus lágrimas se caían de sus ojos no era por las palabras, sino por las personas, porque de quien uno más espera, en quien uno confía, es quien primero te da en la cara con la roca, y eso, esa mierda, duele con todas las ganas.

Esa noche, se despertó en la madrugada, el sueño se le fue de un momento a otro y cuando quiso volver a retomarlo ya era demasiado tarde. Esa hora parecía ayudar a que sus penas salieran a la luz, como si de alguna manera te volviera más sensible y te haga pensar en justo ese tipo de cosas que no quieres volver a escuchar o recordar.

Recordó una vez en la que su vecino, su mejor amigo de ese entonces, le dijo que se iba a mudar. La única persona con la que hablaba cuando estaba en casa, se iba de su vida y muy probablemente no lo volvería a ver. Se la pasó toda la tarde pensando en ello, la imagen sonriente de su amigo no se le escapaba de la cabeza y a fuerza tendría que irse, porque todos tenemos que deshacernos de algo alguna vez, pero Simón no estaba preparado aún.

—Te voy a extrañar mucho, tonto —le abrazó con mucho cariño el muchacho a él. Los dos tragando saliva para que su voz no sonara afectada.

Lo malo de aquella despedida también había sido su padre, claro, dejando a un lado el hecho de que su amigo ya no estaría cerca de él. A pesar del esfuerzo que hizo por no llorar, no pudo evitar que sus ojos se aguaran y se tonaran rojos. Aunque no fue el único de los dos, él era el mal parado, siempre. Volvió a su casa moqueando, haciendo de tripas corazón, pensando que lo último que encontraría sería la severa cara de su progenitor.

—¿Por qué chillas? —el cubo de hielo que era su tono le paralizó todo el cuerpo.

—No estoy chillando —su voz había salido más débil de lo que pensó que saldría.

—No seas tan marica —lo empujó con una mano por el hombro.

—Tengo que hacer tareas —intentó rodearlo para pasar, pero no pudo.

Querida Ámbar |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora