Capítulo 31

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Capítulo 31:

Se vistieron con demasiada rapidez, riéndose el uno del otro cuando se miraban de soslayo, pretendiendo no haber visto nada cuando ya lo habían visto todo.

—¡No me veas, pervertido! —gritó, lanzándole su propia camiseta en la cara.

—¿Qué dices? Pero si ya te he visto todo —se puso la prenda para continuar con los zapatos. Era casi increíble solamente pensar que estaban haciendo precisamente eso después de haber tenido sexo por segunda vez.

—Tal vez debimos dejarlo en sólo una vez por día —se sujetó el cabello con la liga que el propio Simón le había quitado, diciendo que, supuestamente, así se le veía mejor.

—Tú lo quisiste así.

—No te hagas, que tú también querías —le echó en cara, sentándose dificultosamente en la orilla de la cama.

—Yo no me estoy quejando.

—Anda. No queremos que alguien nos descubra —lo encaminó hacia la puerta.

Cada paso que quedaba era un escalón menos desde arriba hacia abajo, llevaba bajo el hombro un libro viejo de no sabía hasta ese punto qué materia mientras leía entretenidamente las letras de un cuaderno ubicado de forma incorrecta y se aguantaba las ganas de reír.

—La anatomía del cuerpo es tan linda —murmuró con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, sobre todo cuando se lee al revés —le acomodó el cuaderno, golpeándole las costillas de un codazo, cuidando que la mujer que estaba atareada con un plumero rozando los cuadros, no se diera cuenta de la mentira que le estaban echando.

—Oh... entonces debe ser por eso que es tan interesante —se le escapó una risilla traviesa —. O debe ser que tu letra es muy fea.

—¿Disculpa?

—Camina bien —reprendió, mirando con atención la forma en que bajaba —. Parece que apenas estás aprendiendo.

—Me duele el vientre, tonto.

—Ah... —recordó lo sucedido —. Cierto.

—Entonces cuando termines de copiar los apuntes, me regresas el cuaderno porque necesito estudiar para el examen —habló en un tono de voz más alto de lo normal.

—Está bien —sonrió con un poco de malicia —. Gracias por esto.

—No te preocupes —sabía que la frase tenía segundo sentido —. Cuando quieras.

El sábado por la tarde fue un día normal, no tuvo nada relevante a sus días cotidianos. Simón y Ámbar se pasaron la tarde de este estudiando para exámenes y platicando a la misma vez sobre cualquier cosa trivial. De vez en cuando se lanzaban ciertas indirectas con respectos a la tarde anterior, pero no llegó a suceder nada excepto castos besitos en los labios y besos calientes que se alejaban de ser en los labios.

Cuando dio el lunes, ambos chicos fueron en auto hasta el colegio, encontrándose allí con sus otros amigos, Nico y Pedro, empezando a entablar conversación mientras llegaba el profesor de la primera hora de clases. En un momento, los dos rubios salieron del salón, siendo la chica quien halaba al chico, disimulando lo contrario.

—Necesito tu ayuda —habló, deteniéndose cuando consideró que estaban a cierta distancia del salón, una en que la que Simón se encontrase lo suficientemente lejos.

—¿Mi ayuda? ¿Con qué o por qué? —la quedó viendo con mucha duda reflejada en sus ojos —. ¿Qué hiciste?

—¿Yo? ¿Qué iba a hacer? —se defendió, preguntándose por qué Nico había pensado en que pudo haber hecho algo para necesitar de su ayuda.

Querida Ámbar |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora