Capítulo 10

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Capítulo 10:

Se estaba arrepintiendo, lo estaba haciendo y verdaderamente no quería hacerlo, sabía que era lo correcto, se tenía que dar a respetar, pero si miraba las cosas de un plano diferente, no había nada de lo que hubiese hecho la chica rubia que lo hubiera irrespetado, tal vez sí el hecho de pedirle que le mintiera a su tía, pero de ahí en más no había hecho nada. Todos en algún momento necesitábamos de un poco de ayuda para una mentirilla, no era como si todo el mundo fuera tan recto en todo, que nunca se había pronunciado una mentira, o sea, las mentiras, prácticamente, mantenía al mundo en movimiento.

Corrió hacia la puerta de su habitación, con las manos temblando dudó por un momento en abrirla, pero las dudas no fueron suficientes y terminó haciéndolo, ya completamente arrepentido de haberle gritado a la chica, de haberla corrido de la manera más absurda que se pudo inventar. Por un momento, un pequeño momento, se esperó verla frente a él, moviendo uno de sus pies con impaciencia contra el piso, esperando una explicación que él tendría que darle entre disculpas por cómo la había corrido.

Pero no estaba.

Dos cosas eran muy diferentes, completamente contrastadas, y eran que, él podía desear con todas sus fuerzas que la rubia todavía siguiera allí, desear tener poderes al estilo Harry Potter y, de alguna forma, poder aparecerla junto a su cuerpo, abrazarla y decirle que lo sentía, que no fue su intención decir cosas que en ningún momento deseó decir, que lo disculpara por haberla echado. Pero otra cosa era que no los tenía, ella no estaba ahí y muy probablemente estaría muy resentida como para decirle que no pasaba nada y que ella también en cualquier momento se dejaba llevar por la rabia del momento.

Cerró la puerta perdiendo cualquier tipo de esperanza, sin embargo, no apartaba la mano del picaporte para que, en cualquier mínimo sonido, abrir la puerta de nuevo, lleno de esperanzas, esperando que fuera la ruidosa rubia aquella. También perdió el tiempo haciendo eso, no llegó ni llagaría, si era pesimista, seguramente nunca.

Arrastrando los pasos caminó hasta su cama, se lanzó sobre ella como si se tratara de una inmensa piscina llena, no de agua, sino de ácido, quería desaparecer y se sentía tonto, tonto por darse cuenta de las locuras adolescentes, lo que sus hormonas alborotadas podían hacerle pensar: desaparecer por una chica.

«Ella no vale la pena.»

Habría pronunciado Delfina, mirándolo a los ojos con su mirada seria e inquisitiva, con las manos cruzadas y sus labios fruncidos. ¿Cómo era posible que no hubiera escuchado antes a sus amigos? Entonces, ¿esta era la forma que tenía Ámbar reservada para él? ¿Esta era su personalizada forma de burlarse? ¿Burlarse y luego sacar sus uñas?

—No, no lo creo —pronunció haciendo de cuentas que verdaderamente hablaba con la morena —. Ella no se burlaría de mí.

«¿Qué crees que es lo que te hace diferente, Simón?»

Volvió a escuchar, dentro de su mente, la ruda voz de su amiga intentando sacarlo de esa farsa para adentrarlo en lo que ella llamaba realidad.

—Somos amigos... —o eso era al menos de lo que trataba de convencerse, porque, muy en el fondo, dudaba de aquella afirmación, no por él, sino por el comportamiento de la chica.

Tomó una de las almohadas y comenzó a estrujarla, imaginándose que era el cuello de Matteo el que tenía atrapado entre sus dedos. Después de cansarse de darle en todos los lugares habidos y por haber de su habitación, la sujetó con los dientes de una de sus cuatro esquinas hasta el punto de sentir que su mandíbula ya no podía seguir ejerciendo más fuerza.

Querida Ámbar |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora