Capítulo 21

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Capítulo 21:

Corrió en dirección hacia las escaleras con todas las fuerzas que sus piernas le permitieron, bajó de dos en dos los escalones temiendo muy poco el caerse o doblarse los tobillos al realizar el acto. Los cristales de la puerta sonaron tan fuertes que dieron la impresión de ser reventados o quebrados, se esperó pronto escuchar caer al suelo decenas de cristales, los cuales no se detendría a recoger ni que lo obligaran con un arma en la sien.

—¡Simón, espera! —escuchó los gritos de su mamá, deteniéndose al momento en que la puerta se cerro casi en su nariz.

Una oleada de aire helado le golpeó de repente, arremetiendo contra su cuerpo apenas cubierto con un delgado pijama de color gris y una camiseta sin mangas que transparentaba mucho lo que había debajo de ella. En ese momento se arrepintió por confiarse siempre a que la calefacción podría salvarlo del frío dentro de su habitación.

—No puede ser, no puede ser, no puede ser... —repetía una y otra vez mientras las lágrimas que almacenaban sus ojos se derramaban con sutilidad por lo ancho de sus mejillas —. ¡No puede ser, maldita sea!

Corrió calle abajo, sin ningún destino en mente, solo con las palabras que su madre le dijera antes de que saliera disparado como cohete lejos de su vista. Pasaba sus dedos por la cara, limpiando así el rastro húmedo que sus lágrimas dejaban cada vez que caían. Estaba eufórico, quería gritar y sacar toda la rabia que llevaba dentro hasta quedarse sin voz porque juraba que de esa manera podría al menos sentir que se deshizo de algo que hacía más daño que el filo de un cuchillo.

Casi darían las diez de la noche, las luces de los faroles a las orillas de la calle eran las únicas que ocupaban espacio en aquel momento, mientras corría, miraba de vez en cuando una que otra casa ya con luces navideñas, lo cual él consideraba innecesario para esa fecha pues aun faltaba la mayor parte del mes de noviembre.

Al doblar una esquina, confiando en que nadie se cruzaría con él, no se fijó quién podría venir en su dirección hasta que sintió un impacto que lo hizo detenerse en seco, mirando después a alguien caer estruendosamente contra el suelo y una bolsa que daba la impresión de ser similar a esas en las que suelen poner obsequios llegaba a sus pies.

—Lo lamento... —se disculpó, recogiendo la bolsa y luego estirando la mano a la persona que todavía estaba en el suelo —. No me fijé.

—¿Simón? —preguntó alzando la cabeza para poder ver bien a la persona que la había tirado al suelo.

—Luna... —se apresuró a tomar sus manos para ayudarle a ponerse en pie —. ¿Qué haces aquí a esta hora? —intentaba que su voz no sonara tan afectada como estaba seguro de que estaba siendo, mostraba apenas su rostro ante la luz para que ella no pudiera ver lo demacrado que podría encontrarse.

—Estaba... —inclinó un poco la cabeza para ver mejor el rostro de su amigo —...iba a tu casa, pero... —levantó su mentón con su mano, descubriendo por consiguiente un color rojizo pegado en sus ojos y en la nariz, además de un leve tono brillante en sus mejillas que, supuso, debía ser debido a unas muy posibles lágrimas derramadas y borradas inútilmente —. Simón, ¿qué te pasó?

—No es nada —apartó la mano de ella y volvió a agachar el rostro, con notable vergüenza.

—¿Qué haces tú aquí? ¿No deberías estar en tu casa, esperando por mí? —quiso hacer un chiste, pero rápidamente se dio cuenta que no era el momento para ello.

—Luna, yo... —quiso seguir avanzando, apartarse de ella y seguir corriendo hacia donde nadie lo viera, mas la muchacha de ojos verdes se lo impidió.

Querida Ámbar |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora