Capítulo 33

427 41 74
                                    

Capítulo 33:

Faltaban alrededor de cuarenta minutos para que dieran las cinco de la mañana, mientras tanto, un Simón con los pies descalzos y los ojos cansados, subía los escalones hasta llegar a una habitación en específico. Llevaba ya poco más de seis meses viviendo lejos de la compañía de su madre y, aunque no era algo que no le gustase, aún le sentaba extraño el hecho de no poder verla todos los días. Y es que, en los diecinueve años de su vida no se habían separado a pesar de los malos inicios como relación familiar. Le dio vuelta al pomo de la puerta, la empujó y esta silenciosamente le dio paso a la oscuridad de su interior. Sonrió complacido cuando, a duras penas, divisó sobresaliendo de la funda una cabellera rubia brillante esparcida por la comodidad de la almohada en la que se hallaba descansando. Caminó sin hacer ruido hasta la persona que estaba dormida y se recostó a su lado, haciendo que a la fuerza compartieran la misma fuente de calor.

—¿Qué haces despierto a esta hora? —escuchó el sonido de una voz ronca y arrastrada llegar hasta sus oídos, dando a entender que se había percatado de su presencia allí.

—No podía dormir —abrazó al cuerpo que le hablaba y cerró los ojos, esperando que eso ayudara para conciliar su sueño.

—¿Y quieres que yo no lo haga tampoco? —se escuchaba levemente enojada. Aunque ese tono lo escuchaba mucho, a decir verdad, ya estaba acostumbrado a ello, sabiendo que no se trataba de un enojo verdadero.

—Calla. Déjame dormir —le hizo callar.

—Mira quién vino a hablar —lo empujó, fingiendo estar molesto.

—Que te calles.

—Vete a la mierda —se quedó callado, sabiendo que duramente iba a volver a dormirse después de eso.

Cinco minutos después, el castaño seguía haciendo el intento de volver a dormir, pero por más que anhelaba hacerlo, el sueño ya se había ido y parecía no quedarle de otra más que esperar a que se hiciera de mañana.

Hacía poco había entrado a su primer año en la universidad, y no era lo que se esperaba en absoluto. Consideraba que los mejores años en los que tuvo que asistir a un colegio, fueron los dos últimos, pero, aun estando allí, había veces en las que soñaba con entrar de una vez a la universidad para deshacerse de los profesores, las clases y, más que todo, del uniforme que obligatoriamente debían usar. Pero la universidad fue como una patada en el trasero, cortesía de un pie con un número por encima del que se considera «grande». Desde el primer día supo que aquello iba a ser una tortura.

—Lo bueno de que ustedes estudien en una universidad pública, es que yo puedo verlos como mis estudiantes y no como mis clientes —fue una de las primeras cosas que había recitado casi con maldad el profesor que impartía la clase de Introducción a la economía.

No supo por qué en el instante, pero aquellas palabras le helaron la sangre antes de que incluso terminara de decirlas. Y con toda la razón, el señor aquel que tenía un mostacho más grande que todo su rostro, en la segunda semana le había dejado caer un desfile de trabajos a realizar en los que tenía que acostarse a una hora en la que no se había dormido jamás, para poder despertarse pocas horas después. Eso, sencillamente en una asignatura.

Al menos estar lleno de deberes le mantenía la mente ocupada en ello y no en las cosas y personas que ya no estaban con él. Maldecía a cada momento que podía al Simón de su pasado por haber deseado, metido en su ignorancia, estar fuera del colegio. A veces incluso extrañaba usar el uniforme.

El tercer día, por la tarde, llegó un poco tarde a su salón debido a que no había respetado el tiempo en tardarse para almorzar, no porque así lo hubiese querido, sino porque sintió que apenas se sentó a comer un bocado y luego ya estaba sonando la alarma que había puesto justo en la hora que debía estar en su salón. Cuando pidió permiso para entrar a su clase, una mujer de no más de treinta y cinco años le recibió con una sonrisa en el rostro, vestida con un elegante atuendo de color azul, un cabello rubio pulcramente suelto y, al parecer, toda la alegría del universo.

Querida Ámbar |SIMBAR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora