6. La trilla

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Las partes escritasen cursiva son flashbacks.


***


Julio de 1507.

-¡Te dije que como mínimo tenías que pedirle tres cántaros de leche! No debería haberte hecho caso, tendría que haber ido contigo. Ha sido una tontería.

La niña agachó la cabeza y se miró la punta de los zapatos, intentado contener las lágrimas. Shanks se llevó dos dedos al puente de la nariz e inspiró hondo, intentado relajarse.

Había enviado a Enara a casa del Señor Ekaitz a por leche de sus vacas. Intentaba que la niña tuviera una alimentación lo más completa posible y, además, que aprendiera por si misma a desenvolverse en el pueblo. Debía ser independiente; él no estaría siempre para protegerla.

La tarde anterior habían apartado un saco de trigo y, además, habían rebuscado por el bosque setas hasta llenar una cesta de tamaño mediano. La idea del hombre era conseguir como mínimo tres cántaros de leche a cambio de todo ese producto y así enseñar a Enara a hacer queso (el cual podría guardar para consumir en los meses más fríos, cuando la verdura y la fruta escaseaban).

Pero Ekaitz había visto su oportunidad de venganza por las sandías robadas a mano de Enara y sus vecinos y le había dado un solo cántaro a cambio de todo el producto que le había llevado la niña.

-Lo siento, Shanks.

Enara se abrazó al hombre, sin poder contener las lágrimas un minuto más.

El rostro del pelirrojo se relajó y, pasando las manos por debajo de los brazos de la niña, la aupó para poder estrecharla contra su pecho. Enara pasó los brazos por el cuello de Shanks y rodeó su cintura con sus cortas piernas.

-Lo has hecho bien, pequeña.

-¡No! Trabajamos mucho para recogerlo todo, y yo he dejado que me engañen. Soy una tonta – contestó con amargura.

Shanks se reprendió mentalmente por haber sido tan duro con ella. Solo tenía diez años, y los últimos meses habían sido muy duros para ella; para ambos.

Acarició el pelo de la niña y esta echó la cabeza hacia atrás para mirarle. Tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas, y el pelirrojo sintió una punzada en el corazón.

-¿Estás enfadado, Shanks?

-Yo nunca podría enfadarme contigo, Enara.


***


Julio de 1522.
Enara caminaba contenta junto a Eder e Ibar.

Habían pasado un par de semanas desde que Marco había despertado, y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Ella cortaba el trigo con la hoz, y él pasaba la pesada trilla por la parva y la ablentaba para separar el grano de la paja.

No hablaban mucho, pero por fin en la cabaña se respiraba un poco de armonía. Él dedicaba todos sus esfuerzos a la recogida del trigo, mientras ella además ayudaba a Gaia (Marco había descubierto que llevaba años haciéndolo) y a Elaia con sus tareas domésticas.

Y es que Silbán, el hermano pequeño de sus vecinos, no recuperaba su salud.

-Parece que os lleváis bien, ¿no? – le preguntó Eder a la joven.

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