22. Las calaveras

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Las partes escritas en cursiva son flashbacks. 


***


Enero de 1509.

-Está bien, cariño. ¿Tu madre nunca te habló de esto?

La niña negó con la cabeza, todavía con el rostro empapado en lágrimas.

Esa mañana al despertarse había visto sangre en sus pantalones. Sus gritos habían despertado a Shanks, quien había salido corriendo de la cabaña muy apurado en busca de Elaia.

-A partir de ahora todos los meses sangrarás unos días.

-¡¿Todos los meses?! - gritó, embargada por la indignación - ¡Pero si duele muchísimo!

-¿Enara? - la voz del pelirrojo sonó dubitativa al otro lado de la puerta - ¿Todo bien?

-Tranquilo - le respondió Elaia - Está todo controlado.

La niña se hizo un ovillo sobre el colchón, abrazando sus piernas y enterrando la cabeza entre sus rodillas. La mujer le había preparado 44un té de hierbas y le había puesto unos trapos calientes sobre el abdomen para calmar la molestia.

Se había llevado su ropa sucia y le había explicado que debía sumergirla automáticamente en agua caliente para quitar las manchas. También le había dado una especie de esponja con unas cintas para que la atara sus braguitas. Había dicho que a ella ya no le hacía falta.

-¿Y esto también les pasa a ellos?

-No - suspiró la mujer - Solo a nosotras.

-¿Y por qué?

-No lo se. Quizás puedas investigar sobre ello en uno de los libros de Gaia.

-Oh, no dudes que lo hará - contestó la voz de Shanks a través de la puerta.

-¡Deja de espiarnos, cotilla! - le gritó Enara.

Elaia rio suavemente y la niña le secundó. La mujer acarició su rostro con suavidad; al final, la vida le había dado una hija.


***


Septiembre de 1522.

El frío del agua golpeó a Enara como un puño de hierro.

La joven aferró fuertemente a la niña mientras sentía cómo sus cuerpos se sumergían cada vez más en el agua salada. El salto había sido grande, y sabía que era preferible perder velocidad antes de comenzar a luchar contra el agua.

Las manos de Ainara se crisparon en torno a sus hombros y ella abrió los ojos, sintiendo un inminente escozor a causa de la sal, para observarla. Mantenía el ceño fruncido y grandes burbujas de aire se escapaban entre sus labios.

Enara miró hacia arriba, hacia la superficie; habían descendido más de lo que ella había pensado en un primer momento. Quizás la presión del agua era demasiado grande para la niña.

Pateó con todas sus fuerzas, abrazada al delgado cuerpo de Ainara, hasta que ambas salieron a la superficie. Pudo escuchar el aire entrando a los pulmones de la niña antes de dar ella misma la primera bocanada en busca de oxígeno.

-¿Estás bien? - le preguntó. La niña asintió, aún con los ojos cerrados y la respiración entrecortada.

Enara miró hacia arriba, al cielo, justo para verlo a él cruzándolo con sus enormes alas de fénix. De sus manos colgaba el pesado cuerpo de Jozu, y se preguntó si Marco conseguiría llegar hasta el barco sin dejar caer a su nakama.

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