10. La ventana

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Las partes escritas en cursiva sonflashbacks.


***


Enero de 1510.

Enara sopló la vela que había encendido Shanks y todos a su alrededor aplaudieron.

-¡Mira nuestro regalo! – dijo con voz aguda un pequeño Eder, acercándose a ella tirando de la mano de su hermano Silbán.

Enara sonrió y cogió la pelota que le tendían sus vecinos. La habían hecho a base de viejos trapos, enrollándolos y anudándolos entre ellos hasta que adquirieron la forma de un balón.

-Podemos salir a jugar ahora después y probarlo – susurró Silbán, con los ojos brillantes.

-Toma, Enara – dijo Elaia, tendiéndole su regalo.

La niña cogió la tela y la desplegó frente a sus ojos, observando encantada el jersey que le había cosido su vecina. Era de lana azul, y Elaia había zurcido en los puños de las mangas, muy habilidosamente, unas pequeñas flores amarillas.

La niña, sin borrar su sonrisa, se lo deslizó sobre la cabeza para probárselo. Se puso de pie sobre la silla, riendo, y dio vueltas sobre sí misma.

-Te queda perfecto – dijo Shanks – Ahora toma mi regalo.

Enara dejó de girar y tomó cuidadosamente lo que le tendía el pelirrojo.

-¡Un libro! – dijo ella, contenta. Le dio vueltas entre las manos, observándolo cuidadosamente. Las tapas eran duras, de un cuero negro brillante. Lo abrió por la primera página para leer el título, pero frunció el ceño – Está en blanco.

-Es un cuaderno de bitácora – respondió Shanks con los ojos brillantes – Para que escribas tus aventuras.

Enara miró al hombre con las mejillas sonrojadas y abrazó la libreta con fuerza, apretándola contra su pecho. Mis aventuras. Observó a Shanks sonreírle de nuevo y continuar su conversación con Elaia.

La niña paseó la mirada por la habitación, observando a la gente que había en ella; que estuvieran ahí, juntos, era todo lo que necesitaba.

Sus trece años comenzaban de la mejor forma posible.

-¿Me enseñas el cuaderno? – preguntó Ibar, acercándose a ella disimuladamente.

-Vale, pero ten cuidado.

Enara le tendió la libreta y sonrió cuando el niño se la acercó al rostro para olerla.

- Huele como tú cuando sales de casa de Gaia– dijo él con un pequeño arrebol en las mejillas.

Enara rio suavemente, sin saber muy bien qué decir.

-¿Y tú no me vas a regalar nada? – le preguntó a su vecino.

Ibar miró de reojo a su madre y a Shanks, hablando distraídamente entre ellos.

Y, asegurándose de que nadie le veía, besó fugazmente la mejilla de Enara.


***


Julio de 1522.

Enara se estiró, todavía colgando de los brazos de Marco, y rompió con el codo una de las ventanas.

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