15. El reencuentro

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Las partes escritas en cursiva sonflashbacks.



***


Septiembre de 1509

-¿Quieres un poco más, Enara?

-¡Sí, por favor!

Elaia se levantó de su silla y se acercó a los fogones de la cocina. Esa mañana Shanks y la pequeña habían aparecido en su puerta con una cesta de mimbre a rebosar de puerros y melocotones que habían recogido del bosque. También le habían traído un par de huevos y un poco de leche.

La mujer había intentado pagarles, pero ellos habían rechazado vehemente cualquier cosa que ella insistiera en ofrecerles. Por ello, había decidido utilizar la comida que habían conseguido para cocinar un pequeño festín y reunirse todos a cenar en su casa.

Como hacían antes de que su vecina muriera.

-El pastel de puerros está increíble, Elaia - dijo el pelirrojo.

-Gracias, Shanks.

La mujer sirvió una buena porción en el plato de Enara y volvió a la mesa a sentarse con el resto. Carraspeó e inspiró despacio, intentando relajarse. Las palabras del pelirrojo habían conseguido sonrojarle.

Nunca lo reconocería, pero siempre había sentido cierta debilidad por ese hombre pelirrojo que eventualmente se pasaba por la isla para saludar a su vecina. Ella nunca le había contado exactamente quién era él, y Elaia no había querido indagar en ello. Pero cuando ella murió y Shanks se hizo cargo de Enara, supo que debía ser alguien más importante de lo que nunca sospechó.

Jamás se le ocurrió preguntarle a él por qué había decidido cuidar de la niña, y cuando escuchaba cuchichear a la gente del pueblo les mandaba callar. Ambas habían estado casi siempre solas al cuidado de sus hijos y habían salido adelante ayudándose siempre la una a la otra. Sin juzgarse. Sin preguntas comprometidas. Sin malos pensamientos.

Simplemente una mujer ayudando a otra mujer.

-Mamá, ¿puedo tomar tarta ya? - preguntó Eder.

-Espera a que termine de comer Enara - le contestó su hermano Ibar.

Shanks rió y se llevó el vaso de agua los labios. Observó al joven Ibar sentado al lado de Enara, estirándose para parecer más alto y mirándola con una sonrisa bobalicona en la cara. Mientras tanto, ella no apartaba los ojos de su plato de comida.

Era igual que su madre.


***


Agosto de 1522

Enara entreabrió los ojos cuando la luz del Sol llegó hasta ella. Ya había amanecido, y la luz se colaba por las grietas de la cueva en la que se habían refugiado del tornado.

El olor de la piel de Marco se mezclaba con el de la piedra.

Terminó de abrir los ojos y sintió cómo la sangre subía hasta sus mejillas. Una vez más.

Estaba tumbada a la izquierda del pirata, abraza a él y sujetada por su brazo de forma que le resultaba casi imposible deshacerse de su agarre. Alzó la mirada y admiró su rostro. La ligera sombra de barba en sus mejillas, los mechones rubios revueltos cayendo sobre su frente, su nariz respingona.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral al recordar la noche anterior, y no pudo evitar volver a pensar que quizás había sido un error. En unos días llegarían a Oria, donde ella se quedaría y él continuaría su viaje con sus camaradas en busca de Barbanegra.

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