2. Los cuidados

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Las partes escritas en cursiva son flashbacks.


***


Junio de 1510.

La niña se llevó las manos a la cara, intentando ocultar su rubor tras ellas. Estaba sentada en la silla de la cocina, con las piernas colgando por el borde. Tenía el vestido arrugado tras haber retorcido la tela con sus dedos y los zapatos manchados de barro. Levantó su mano derecha para recoger un mechón suelto tras su oreja.

-Lo siento, ¿vale? – se disculpó el hombre frente a ella – No era mi intención.

La joven se hundió todavía más en su asiento, totalmente abochornada.

Por las tardes solía salir a divertirse con sus vecinos. Acostumbraban a corretear por el pueblo, haciendo pequeñas trastadas y robando alguna que otra sandía del campo del señor Ekaitz (aunque al final casi siempre les pillaban).

Pero ese día habían salido Ibar y ella solos.

Él era un chico un par de años mayor que ella, con el pelo castaño y corto y los ojos color miel. Tenía las mejillas salpicadas de pecas y, aún a costa de las burlas de sus hermanos, siempre trataba a la joven de una manera especial.

Ese día habían corrido, habían reído y se habían comido un trozo de queso que Ibar había cogido de la despensa de su casa.

Y luego él la había besado.

Ella tenía trece años y era su primer beso, y bastante vergüenza le provocaba la situación de por sí, como para sumar que el hombre pelirrojo había aparecido repentinamente en el claro donde estaban y, muy azorado él también, les había descubierto.

-Estaba preocupado por ti – continuó hablando el adulto – He salido a buscarte, normalmente no tardas tanto en volver a casa.

La niña deseó que se abriera un agujero en el suelo para poder saltar en él y desaparecer. Sentía que las mejillas le iban a estallar. ¿Por qué le tenían que pasar esas cosas a ella?

Se deslizó por la silla hasta que sus pies tocaron en suelo y, con la vista todavía fija en la punta de sus zapatos, caminó hacia la habitación para esconderse de su mirada.

-Una última cosa – Enara podía oír el titubeo en la voz del hombre – ¿Te habló tu madre alguna vez de...? Quiero decir... No habéis hecho nada más, ¿no?

-¡Shanks!


***


Mayo de 1522.

Enara le dio vueltas al arroz de la cazuela con la mirada perdida.

Detrás de la pequeña cabaña de madera tenía habilitada una pequeña e improvisada cocina. Había quitado los rastrojos de un área y había dispuesto unas piedras en círculo. Sobre éste tenía unos finos tubos de metal que había recogido de la playa (probablemente de algún barco) y los había dispuesto de manera que pudiera colgar de ellos un cazo sobre el fuego.

Cogió con la cuchara de madera unos granos de arroz y sopló antes de llevárselos a la boca; todavía les faltaban unos minutos de cocción.

Había pasado una semana desde que Shanks se había marchado; desde que el desconocido dormía en su casa.

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