19. El engranaje

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Las partes escritas en cursiva sonflashbacks. 


***


Enero de 1508

A Enara le dolían las manos.

No es que lavar la ropa fuera un acto entretenido y de su agrado, pero en invierno se convertía en una auténtica tortura.

Cuando el agua de la pila se enfriaba podía sentir el frío atravesando las capas de su piel y llegar hasta el tuétano de sus huesos. Los puños de su blusa se mojaban, y el agua helada trepaba por la tela de su ropa, humedeciendo sus antebrazos.

Sus manos pasaban de ser rojas cuando el agua estaba todavía caliente a blancas, incluso azules, cuando el agua terminaba por enfriarse. Le salían sabañones, y la piel de los dedos se le quedaba tirante y brillante. Y picaba. Oh, cómo picaba.

Se afanó en seguir restregando la recia tela de los pantalones de Shanks contra la tabla de madera, sintiendo cómo la camiseta interior se le pegaba a la espalda a causa del sudor.

El pelirrojo apareció por detrás de ella, con un caldero grande lleno de agua hirviendo.

-Cuidado – le dijo.

Enara sacó las manos de la pila y se reclinó hacia atrás, de manera que el hombre pudiera volcar el contenido en su interior. El agua humeante se mezcló con la fría, y la niña introdujo automáticamente las manos para calentarlas.

-Ve tú ahora a por agua y caliéntala, yo me quedo aquí – le dijo Shanks – Tienes las manos destrozadas.

-De acuerdo – dijo levantándose prácticamente de un salto.

Cogió el caldero que Shanks había dejado en el suelo y se dirigió al río.

El pelirrojo siempre se reía de ella diciendo que nunca iba por los caminos, sino que avanzaba entre la maleza como un pequeño conejo.

Y tenía razón.

Enara se adentraba en el bosque sin importarle que la ropa se le enganchara en las ramas, arañarse las piernas con los arbustos o hacerse heridas en los pies. Y es que a veces necesitaba descalzarse para caminar sobre la tierra; para sentirla. Para ser bosque.

Su vida se había quedado en pausa.

Pero el viento seguía soplando a las nubes. La marea seguía subiendo y bajando. La Luna le daba el relevo al Sol. Los árboles mudaban las hojas. Y las serpientes la piel.

Y necesitaba cerrar los ojos, con los dedos de los pies hundidos en el suelo y las hojas de los árboles enredadas en su pelo, bajo esa gran cúpula azul, para volver a sentirse real.


***


Septiembre de 1522

Había pasado algo más de una semana desde que habían abandonado Oria.

Los piratas habían dejado de ver a Enara en la cubierta; solo abandonaba la enfermería para ir a la cocina a por agua para Ibar. Había dejado de comer; y de dormir.

Si piel se tensaba, pálida y triste, sobre sus pómulos, presididos por dos grandes ojeras. Avanzaba con los ojos fijos en sus pies, sin mover los brazos. Sin levantar el rostro buscando la luz del Sol.

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