26. La caza

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Las partes escritas en cursiva son flashbacks.


Diciembre de 1509

El invierno estaba siendo complicado.

Se les había acabado el trigo, las patatas y las zanahorias. Tampoco tenían nada que ofrecer a los mercaderes que llegaban con sus barcos hasta Oria. La tierra estaba demasiado helada como para siquiera plantearse sembrar nada, y las costillas le sobresalían tanto que parecían querer escapar de su piel.

No había tenido la regla desde septiembre. Elaia le dijo que era normal, que pasaba cuando tenías mucha hambre.

Reptó por la hierba helada con el arco en la mano y deslizó los ojos por la llanura que se extendía frente a ella. Escondida tras un arbusto cargó la flecha y esperó, con los brazos temblando de frío y cansancio, a que apareciera alguna presa.

La primera vez que Shanks la llevó de caza lloró. No quería matar a ningún animal, y cuando la punta metálica de su flecha atravesó la pata de una liebre, pensó que se había convertido en una asesina.

Ahora no pensaba en ninguna de esas cosas.

          Tenía demasiada hambre.

El alba despuntaba detrás de las montañas de cerezos; la luz comenzó a bañar la tierra, como una cortina subiéndose, y pudo escuchar el bostezo del bosque.

Una ardilla mordisqueando una bellota en el interior de la corteza de un árbol.

Una hormiga acarreando un trozo de almendra por los túneles excavados bajo la superficie.

          Un conejo acercándose al río a beber agua.

El familiar sonido de la cuerda al tensarse se entremezcló con su tranquila inspiración. Aguantó el aire en su pecho mientras apuntaba al animal, y lo dejó escapar junto a la flecha.

El arma rasgó el espacio que separaba a la niña del animal en una fracción de segundo y el animal cayó abatido al suelo.

          Cómo se sentiría estar al otro lado de la flecha.


***


Octubre de 1522

El pirata levantó la vista de la tabla de cortar cuando Enara entró en la cocina. Le saludó con un leve movimiento de cabeza y volvió la vista a la cebolla que estaba picando.

La joven se acercó a las ollas colocadas sobre el fuego y rellenó generosamente con el guiso de su interior un cuenco blanco. Sacó una bolsita del bolsillo de su pantalón y vertió los polvos que contenía en la comida.

Cúrcuma y Papaver Somniferum.

          Para Ibar.

-¿Cuándo vendrá a almorzar al comedor con nosotros? – le preguntó el pirata a su espalda.

Enara dio un pequeño respingo y le miró por el rabillo del ojo. Sabía que era el jefe de cocina, pero no conseguía recordar su nombre. Sonrió. A Vista le encantaban las croquetas que hacía con los restos de cocido.

-Espero que pronto – le contestó – Todavía tiene que ganar fuerza en la pierna para poder caminar.

-Solo digo, – continuó el hombre – que esto es un barco pirata. Todos tenemos un número de responsabilidades, y quizás él debería comenzar a realizar algunas tareas. No quiero sonar grosero, pero esto no es un hotel.

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