3. El despertar

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Las partes escritas en cursiva son flashbacks.


***


Diciembre de 1508.

-¡Ay! Me haces daño – se quejó la niña.

-Ya casi está – susurró el hombre.

El pelirrojo estaba arrodillado delante de Enara, vendando su muñeca lo mejor que podía. La niña había salido a jugar con los vecinos, como casi todas las tardes; pero esta vez había llegado a casa antes, abrazando su mano y con lágrimas en los ojos.

Recordando el procedimiento que solía llevar a cabo el médico de su tripulación, observó el dolor que sufría la niña cuando le movía pasivamente la muñeca en diferentes direcciones para determinar el tipo de vendaje que debía realizar.

-Creo que no se te da demasiado bien.

-¡Ey! Hago lo mejor que puedo – contestó él.

Aunque había que reconocer que no era demasiado diestro en el tema de las inmovilizaciones. Cuando le habían vendado a él siempre le había parecido algo sencillo, pero su trabajo estaba lleno de tela arrugada y otra tanta demasiado tirante.

Terminó de apretar firmemente el vendaje y, dado que no tenían esparadrapo, hizo un nudo con la propia venda para sujetarlo.

-¡Ha quedado perfecto! – intentó animarla.

Enara levantó la mirada para encontrarse con los ojos oscuros de Shanks observándola con una sonrisa. La niña alzó el brazo y le bajó el ala del sombrero de paja para que no pudiera mirarla.

-¡Ahora no vamos a poder entrenar!

-¿Cómo que no? – preguntó Shanks, levantándose y sacudiéndose los pantalones – Podemos entrenar muchas más cosas que la espada.

-¡Pero la espada es lo que más me gusta!

El pelirrojo se inclinó para ponerse a su altura y colocó un dedo sobre la frente de Enara. La niña hizo un pequeño mohín con los labios que solo hizo que la sonrisa de Shanks se ensanchara.

-Necesitarás saber pelear de muchas formas, jovencita.

-¿Y para qué necesito saber pelear?

-Haces demasiadas preguntas.

-Y tú contestas muy pocas.

El hombre rio y volvió a mirar a la niña, con las piernas cruzadas, el pelo recogido detrás de las orejas y un deje de picardía en los ojos. Se parecía tanto a ella.

-¿Qué te parece si vamos a casa de Elaia? Seguro que sus hijos le han dicho que te has hecho daño y estará preocupada.


***


Junio de 1522.

Ya habían pasado tres semanas.

Tres semanas con el desconocido durmiendo en su mesa del comedor; y todavía no se había dignado a despertar.

Enara había tenido que intercambiar tres sacos más de trigo por material de curas, y empezaba a preocuparse seriamente por la futura escasez de comida hasta la próxima cosecha. Pero era lo que debía hacer, por mucho que le molestara pensarlo; Shanks no le habría metido en ese problema si no tuviera sus motivos.

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