Capítulo 22. Nihma Utudraa

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     Cuando llegué a Denali, jamás creí que sería difícil despedirme de la montaña y de su clan residente.

     A pesar de que sabía que no era un adiós permanente, la nostalgia llegó antes de que pusiera un solo pie fuera de la mansión. En cuanto el clima perdió la frescura del verano en Alaska, me sentí triste.

     No era una sensación nueva, la conocía y era mi compañera cada que me despedía del destino que visitaba para la revista; sin embargo, esta visita había sido más personal. Al igual que en dichas ocasiones, sólo la emoción por el futuro y sus sorpresas, era capaz de alegrarme totalmente.

     Después de cientos de kilómetros recorridos, Carlisle nos avisó que nos encontrábamos cerca de Nihma Utudraa. Nunca nos llegamos a alejar realmente del bosque, de manera que el único cambio fue una brisa marina y el ligero rugido de las olas rompiendo en la costa.

     Me dijeron que Nihma Utudraa es un pequeño pueblo costero en Oregon, cerca del condado de Pacific y de la frontera con el estado de Washington. Con un clima predominantemente oceánico, un bosque de coníferas templado que cubre el 70% de su superficie y sólo 11 días soleados al año, se convierte en un lugar apropiado para establecer una residencia vampírica. Me sentía algo nerviosa por establecerme en un poblado, pero mis padres adoptivos me prometieron que la densidad demográfica no llegaba ni a 1 habitante por cada 1,000 m², y que la zona donde estaba construida nuestra residencia, estaba muy lejos de la zona donde se conglomeraban los habitantes.

     No mintieron.

     —Nihma Utudraa está unas 500 yardas adelante —dijo Carlisle.

     6 segundos más tarde, me daba la bienvenida.

     —Bienvenidos a Nihma Utudraa.

     Desde el momento en que Carlisle indicó que ya estábamos en territorio del poblado, hasta que nos acercamos a la residencia Cullen, no percibí rastro cercano de humano alguno.

     Saltamos sobre un río cuyas aguas seguramente desembocarían en el Pacífico, luego giramos hacia el noreste, cosa que no tuvo mucho sentido hasta que vi la orientación de la fachada de la construcción.

     —Esta es nuestra casa —nos indicó Esme, una vez que divisamos la residencia.

     Se erigía elegante, moderna, imponente e increíblemente cálida.

     La residencia de los Cullen aprovechaba los desniveles del bosque y consistía en una construcción de tres plantas con una sección central y dos alas flaquéandola, donde la madera, roca y mucho vidrio destacaban como materiales; mezclaba el blanco, un gama variada de grises y marrones por las rocas, y el roble de la madera.

     La sección central sobresalía de entre las alas suroeste y noreste, y su segundo piso sobresalía de entre los tres niveles, creándole un porche a la planta baja y una terraza al último nivel.

     Un camino para los vehículos surgía entre los árboles desde del noreste — seguramente conectaba con el pueblo—, pasaba frente al porche y formaba una glorieta. A ésta estaba conectado el camino en rampa de acceso a lo que debía ser la cochera, la cual se distinguía por un gran portón blanco en un nivel subterráneo perpendicular a la fachada, me recordó mucho a la entrada de los estacionamientos subterráneos.

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