II

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Jacob

Estaba junto con Daniel en una discoteca junto a sus gemelas y debo de admitir que esas chicas son sexys.

Llevé mi vaso lleno de whisky a mi boca y di un sorbo. Tengo que actuar rápido; necesito estar enamorado antes de que se acabe este año.

Di un suspiro.

—Estás muy pensativo ¿Quieres que te preste la hermana?—Daniel se refirió a una de las gemelas.

—No, gracias. Estoy bien sin cita. Voy a buscar algo por aquí. Nos vemos luego y que tengas suerte—Me levanté.

—No te preocupes.

Salí de aquel lugar. Miré todo a mi alrededor hasta encontrarme con una pareja discutiendo. Los observé atentamente, pues la mujer estaba exaltada, y quien no dudó ni un segundo y le dio un rodillazo en el miembro de su pareja. Reí a carcajadas al ver la expresión del hombre mientras la mujer le daba una patada en el trasero haciéndolo caer al suelo. Debo admitir que eso fue increíble, no todos los días se encuentra algo así.

Ella se fue molesta y el hombre solo lloraba por el dolor. Me acerque a él.

—¿Es boxeadora? —pregunté lleno de burla.

—Feminista —respondió con poca voz.

—Qué pena —Me alejé lo más rápido posible antes de que ese idiota me pidiera ayuda.

Vi a la misma mujer llorando con deseperación en una esquina de la calle. Aunque sea de esas mujeres feminista me imagino que en el fondo es muy sensible. Me acerqué a ella y la miré a los ojos, mientras que ella me miró con temor y tristeza.

—¿Estás bien?

— ¿Acaso me ves bien? ¡Mi marido es un completo idiota! —me gritó enfadada.

—¿Puedo saber que ocurrió?

—Me engañó con su secretaria —bajó la mirada al suelo.

—¿Qué esperabas de las secretarias? Todas son unas fáciles que les abren las piernas a cualquiera—traté de sonar lo más sincero que pude.

—Esas estúpidas—dejó calir con ira. Pero luego se calmo con una respiración profunda.

—Jacob Robertson, soy el mejor arquitecto de la empresa RS —me presenté con orgullo.

—Otro egocéntrico más. Soy Jennifer Monroe, también soy arquitecta —Se cruzó de brazos.

Era bastante hermosa. Tenía el pelo rubio con las raíces castañas, ojos grises, piel blanca, buen cuerpo, y muy sexy para ser arquitecta.

—¿Perdón? ¿Una mujer como tu puede ser una arquitecta? ¡Ja! Ten cuidado si te rompes una uña en los planos —dije con voz burlona. Se puso seria al verme reír.

—A parte de egocéntrico eres un machista. Eres como todos los hombres, que piensan que por ser mujer no puedo hacer cosas de hombres. Eres como mi maldito marido —me dijo enojada.

—Que palabra para ser mujer —comenté con una sonrisa. Me encantaba ver su cara de fastidio.

—Ay por el amor de Cristo. ¿Más idiota no puedes ser? —cuestionó con notable ironía y caminó hacia un auto negro que supuse que era de ella—.  No fue un gusto conocerte. Vete al diablo y que te dé sida

Entró al auto y pronto lo puso en marcha. Abrí mis ojos de lo sorprendido que estaba. ¡Esa mujer era extraña y grosera!


***

Abrí mis ojos con pesadez; me encontraba en la habitación de un hotel con otra prostituta. Solté un gran suspiro.

¿Cuando voy a encontrar el amor de mi vida? A una mujer fina, que me respete, que me consienta, que sea sexy. Wow. ¡¿Es mucho pedir a la mujer perfecta?!

La puta se sentó en la cama y me miró con una sonrisa.

—¿Quieres quedarte un rato más conmigo? —preguntó con una sonrisa. Volví a suspirar.

No era lo mío quedarme con las mujeres por las mañanas, pero. . . . Me levanté de golpe.

¡La reunión!

Olvidé la reunión, maldita sea. Me puse la ropa lo más rápido que pude y saqué mi billetera.

—¿Cuánto quieres? —Me miró atónita.

—No soy ninguna puta para que me des dinero—dijo muy ofendida.

Rayos, chica equivocada.

—Lo. . . lo siento —salí de aquella habitación un tanto confundido, más no le di mucha importancia.

Entré corriendo a la sala de juntas cuando mi jefe me miró molesto.

—Es tarde, Jacob —se acomodó en su asiento.

—Lo lamento mucho, señor Pérez. Se me hizo tarde, ya sabe, el tránsito —y las mujeres.

—No me queda más que creerte. Toma asiento, en un minuto llegan los demás arquitectos para asignarte una propuesta muy favorable —dijo con algo de molestia.

—No se preocupe, señor, quizás se lo den a otro.

—No es así, Jacob, esto es diferente.

Entraron tres señores de unos cincuenta años o más y una mujer. Esperen, esa mujer. . . Esa era la mujer que me mandó al diablo. ¿Acaso estoy soñando? Porque si no es así la mando al infierno,

Ella me miró y sonrió.

—Buenos días señores y señora —saludó el señor Pérez.

—Señorita, por favor —corrigió sonando amable.

Ja. De amable ella no tiene nada.

—¿Cómo está, señorita Monroe? —me dirigí a ella y los demás nos miraron sorprendidos.

—Bien, señor Robertson —respondió con una hipócrita sonrisa.

Esos labios, esos ojos, cómo me miraba. . . Es un poco diferente a las demás.

—¿Se conocen? —preguntó el señor Pérez.

—Sí, él es un tanto egocéntrico pero amable.

—Y usted una grosera, señorita —No me iba a quedar callado por esa mujer. Jamás.

— ¿Yo? ¿Grosera? ¡Nah! —rió un poco.

Esa sin vergüenza, ¿cómo se atreve a mentir?

—Creo que ya es suficiente, no hay duda de que se conocen —habló otro arquitecto—. Iniciemos con la reunión —Todos tomamos asientos.

—Pues la reunión consiste en un proyecto que tenemos como aliados del gobierno de Barack Obama. Consiste en hacer una escuela pública para los niños de pocos recursos, ya que necesitan una buena enseñanza escolar —el señor Pérez parecía emocionado por la idea—. Por ello quiero que Jacob y Jennifer hagan el diseño —Me quedé con los ojos bien abiertos.

¿Él quería que yo trabajara con esa loca?

—Me niego a trabajar con ella —anuncié de inmediato señalandola con mi dedo índice.

—No seas idiota. Lo haremos por esos pobres niños que merecen educación —respondió indignada.

Los demás arquitectos y mi jefe se nos quedaron mirando.

—¿Y si me niego? —Ya estaba molesto.

—¡Ya paren! Ambos van a trabajar con ese proyecto y es obligatorio, les guste o no —el señor Pérez concluyó y se levantó molesto para posteriormente salir de la sala de juntas. Los otros arquitectos lo siguieron, dejándome solo con la loca.

—Maldición, cuando pensé que iba a descansar del machismo veo que será imposible.

Me levanté y la miré sin expresión facial.

—Adiós —Y salí de aquel lugar.

En Búsqueda Del Amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora