Voces de otro mundo.

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      Desde tiempos remotos el hombre ha sido perseguido por una pregunta fundamental: ¿hay vida después de la muerte? La idea de que nuestros ideales, nuestros logros nuestros sentimientos y, en definitiva, el conjunto de lo que somos mueran un día, es algo durísimo de concebir. Es por eso que muchas personas, con la esperanza de hallar pruebas de que no todo se terminará algún día, intentaron crear infinidad de medios para comunicarse con el más allá. El espiritismo y la tabla Ouija son algunos ejemplos.

      El célebre inventor Thomas Alva Edison, quien entre muchas otras cosas ideó el fonógrafo, perfeccionó la lámpara incandescente y estableció las bases de la electrónica, trabajó en un aparato para comunicarse con los muertos, según confesó en una entrevista a la revista Scientific American en el año 1920. Existen rumores que confirman incluso que llegó a registrar mediante este invento sonidos y voces del más allá. Y también hay versiones que aseguran que el mítico Alexander Graham Bell, inventor del teléfono, manifestó en cierta ocasión haber conseguido, luego de un arduo y "peligroso" trabajo, idear un sistema de comunicación con el mundo de los muertos.

     Pero tal vez lo más asombroso e inesperado de todo es que hay casos que parecen sugerir que, así como hay personas que desean comunicarse con los difuntos, los habitantes de ese "otro lado" también intentan establecer contacto con nosotros. O tal vez, sin querer, dejan sus rastros en nuestro mundo, sobre todo en mecanismos tecnológicos, como si el avance de la ciencia y de los medios de comunicación hubiera conseguido traspasar ese delgado umbral que separa la vida y la muerte. "Parafonías" o "psicofonías" son los nombres que reciben estos misteriosos registros hallados en algunas cintas de grabación, en la telefonía con hilos y, más recientemente, en la invisible red que une la telefonía celular.

     Precisamente, existe un extraño caso que involucra el teléfono celular con esos enigmáticos mensajes del más allá. El mismo llegó a la producción de nuestro programa gracias a Jessica, una joven uruguaya que se puso en contacto con nosotros y compartió una experiencia vivida por su madre, Graciela, en el año 2007. De inmediato, nos comunicamos con ella, nos pusimos a investigar la vivencia de esta mujer y comenzamos a trabajar en la producción de esta historia. Pero cuando llegó la hora de grabar su testimonio, Graciela prefirió no hablar ante las cámaras. Más allá de su decisión, que respeto profundamente, le pedí que me autorizarla a escribirla y así poder compartir con ustedes su relato. Afortunadamente, ella accedió a mi solicitud y aunque esta historia no llegará a la pantalla chica, me queda al menos el consuelo de saber que los seguidores de Voces Anónimas podrán sorprenderse con ella a través de las páginas de este libro.

                    * * *

     El sábado 17 de marzo de 2007 será una fecha difícil de olvidar para Graciela. Aquel día, su cuñado y tío paterno de su hija Jessica, Víctor, sufrió un grave accidente de tránsito. Y tal vez aún más difícil de borrar de la memoria de esta mujer serán los perturbadores acontecimientos sucedidos luego de que internaran al familiar accidentado.

     Todo empezó cuando aquel mismo día alguien llamó a su celular. Graciela no llegó a atender, ya que estaba muy ocupada con los detalles de la internación de Víctor, pero luego, un poco más tranquila, tomó su celular para ver quién la había llamado. Y allí descubrió que la llamada perdida se había hecho desde un número desconocido. Era raro, ya que hacía tan sólo dos días que había comprado ese teléfono, por lo que, salvo unos pocos integrantes de su familia, casi nadie sabía su número. Lo primero que pensó fue que se trataba de alguien que había discado por error su número, así que no le dio demasiada importancia al asunto. Toda su preocupación estaba volcada hacia el grave estado de salud de Víctor.

     Pero apenas unos segundos después, su teléfono celular volvió a sonar, esta vez para indicarle que en su casilla había ingresado un nuevo mensaje de texto. Graciela tomó otra vez el teléfono y al mirar la pantalla, se dio cuenta de que tenía un mensaje de voz. Enseguida, ingresó a su correo de voz para escucharlo. Y al hacerlo, descubrió algo escalofriante.

     El mensaje no podía ser más extraño. La primera vez que Graciela lo escuchó creyó que se trataba tan sólo de un ruido sin sentido, como un zumbido que subía y bajaba de intensidad. Pero había algo extraño en aquel sonido, algo que la hizo escuchar otra vez el mensaje pero prestándole muchísima atención.

     Eran voces. Lo supo después de dejar correr el mensaje por segunda vez. Aquello que había tomado como un zumbido estaba conformado por diferentes voces, como si se tratara de personas que parecían estar manteniendo una conversación. Graciela pudo haber pensado que aquello le había llegado por error... pero lo que creyó reconocer en el murmullo la obligó a prestar todavía más atención.

     Entonces se pegó el teléfono celular al oído, ya que quería estar completamente segura de lo que había escuchado. Cuando lo confirmó, se quedó muda. Y como no terminaba de creer lo que había descubierto en aquel mensaje de voz, apretó el botón con el número correspondiente del menú de opciones del buzón de voz para volver a escucharlo y le pasó el teléfono a su hija para ver si ella le confirmaba lo que había sospechado.

     Jessica escuchó lo mismo que Graciela y ésta lo supo por la cara de asombro que puso su hija. En aquel rumor de voces sobresalían dos, las de un hombre y una mujer. Graciela no tenía dudas: el hombre era Víctor, su cuñado internado, y la mujer era su propia madre. El problema es que su madre había fallecido dieciséis años atrás. La charla entre ellos era estremecedora:

     -Vamos, Víctor- le decía claramente su madre muerta.

     -¿Cuándo es? -preguntaba luego su cuñado.

     -Es el jueves a las once de la mañana- respondía su madre.

     Y el sonido se cortaba en ese instante.

     Por si aquello no bastara para dejarla temblando, el mensaje figuraba como recibido el jueves 22 de marzo a las 11 a.m., cuando recién era el lunes 19 de ese mes.

     Graciela intentó mantener la mente en otra cosa, como si nunca hubiera escuchado el extraño mensaje de voz, pero esto fue imposible, ya que por más que trataba, no podía encontrarle una explicación lógica a todo lo que estaba aconteciendo.

     Los días pasaron y finalmente llegó el jueves 22 de marzo. Ahora el que sonó fue el teléfono de línea. Ella atendió. Era su marido, que estaba en el hospital, quien llamaba para avisarle que Víctor había fallecido ese mismo día por la mañana.

     Con los ojos llenos de lágrimas, Graciela necesitaba hacer una pregunta, pero no se atrevía. Sentía que si la respuesta que le daban era la que esperaba, llevaría para siempre, como una cruz, el recuerdo de aquel mensaje inconcebible en su celular.

     Pero no aguantó más y antes de que cortaran la comunicación, se animó a hacer la pregunta:

     -¿A qué hora murió?

     La voz de su esposo al otro lado de la línea le dio la respuesta que hubiese preferido no escuchar jamás. Graciela sintió que cada palabra que le decía su marido era como un martillazo que clavaba definitivamente en su memoria la conversación de su madre con Víctor.

     -Víctor falleció a las once, a las once en punto de la mañana.

     Vivencias como la de Graciela nos debería dejar pensando en que, por alguna ley prohibida que la tecnología ha roto, cuando usamos nuestro celular tal vez no sólo estemos abriendo un canal de comunicación con otra persona; tal vez también, aunque no lo sepamos, abrimos un portal a otros mundos, convirtiendo nuestro teléfono en un aparato receptor por el que se pueden captar, entre otras cosas, las voces anónimas.

Voces Anónimas "OCULTO".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora