La mansión de Curbelo Báez.

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     Las historias sobre casas encantadas son populares en todo el planeta. Creo que no existe un país que no tenga una construcción enigmática protagonista de algún relato mágico o de una leyenda urbana. Gracias a los viajes que realicé trabajando para Voces Anónimas, tuve la suerte de conocer muchos edificios de este tipo y con ellos, narraciones fascinantes.
Recuerdo que en un viaje a España, mientras recorría Andalucía, descubrí una leyenda urbana muy interesante relacionada con una casona abandonada: la popular Casa de los Espejos. La historia cuenta que allí vivía un capitán de la Marina con su esposa e hija. Al parecer, cada vez que estaba por emprender un viaje, su hija le pedía que le trajera un espejo de regalo. El hombre cumplía al pie de la letra con la solicitud y así el lugar se fue poblando de estos llamativos objetos.
Con el tiempo, padre e hija fortalecieron su relación, mientras la pequeña crecía y se transformaba en una joven muy hermosa. Esto comenzó a despertar fuertes celos en su madre, sentimientos que cada vez eran más difíciles de controlar.
Hasta que un día la mujer no aguantó más y en uno de los tantos viajes del capitán, aprovechando la ausencia de su marido, envenenó a su hija. Cuando el padre volvió, su corazón se partió en mil pedazos ante la devastadora noticia. Pero él poco después descubriría la verdad, ya que la joven comenzó a aparecerse en los espejos para contarle lo ocurrido. Luego de esta revelación, la madre terminó confesando todo y fue a la cárcel, lo único que quedó allí fue el fantasma de su hija, que durante años siguió apareciendo en los espejos.
A lo largo y ancho de Uruguay existen una cantidad de casas encantadas. En la mayoría de los casos, son construcciones antiguas, que llaman la atención de la gente porque algún tipo de energía sigue viviendo en sus paredes y parece hipnotizar a todo aquel que pase frente a ellas. Un halo de misterio las envuelve mágicamente, atrayendo todas las miradas de un barrio o incluso de una ciudad entera. Una de ellas, quizás la más llamativa del país, se encuentra en el departamento de Lavalleja y es conocida como La mansión Curbelo Báez.
En el año 2009, me puse en contacto con los hermanos Stefani y Marcelo Correa, quienes viven en la ciudad de Minas, capital del departamento de Lavalleja, porque estaba investigando la historia de esta conocida casa encantada. Nos encontramos una tarde de domingo en la plaza principal de la ciudad y desde allí partimos hacia la mansión que, según ellos, es también conocida como La casa embrujada. Allí estaba, enclavada en una esquina, majestuosa. Me acerqué a la entrada y por unos segundos la observé desde la fría escalera de mármol. Era evidente que allí pasaba algo. Ese fue el comienzo de una investigación que me llevó a conocer su pasado y a partir de él, no sólo descubrí el origen de los fenómenos paranormales que allí tienen lugar, sino también la historia de la persona que la construyó.

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En el tranquilo barrio de Las Delicias, en Minas, una casa llama la atención de todos los habitantes de la ciudad. Es un edificio grande, que tiene una torre muy extraña, octogonal, cuyos vidrios rotos le dan un toque macabro. Hay quienes creen que se rompieron con el tiempo, ya que son muy antiguos, pero hay otros que adjudican este hecho a cosas más extrañas. Los minuanos saben que en esa mansión tienen lugar algunos eventos paranormales que son capaces de impactar a todos aquellos que se atrevan a cruzar sus antiguas puertas de hierro. No en vano, a esta construcción se la conoce en todo Minas como La casa embrujada.
Las personas más escépticas no lo dudan y culpan a los niños que, según parece, arrojan piedras a los ventanales de la planta superior. "Niños traviesos", dicen algunos vecinos, pero las voces que se escuchan o las sombras que se ven en el altillo de la mansión durante la noche, que parece alumbrado por velas al igual que en los tiempos en que allí se hacían sesiones de espiritismo, no son cosas de niños.
Para entender mejor qué es lo que sucede entre sus paredes, qué le permite seguir siendo aún hoy el centro de atención de la ciudad, debemos conocer primero la historia de una persona que hizo mucho por esa región y por la sociedad de ese entonces: Luis Curbelo Báez.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, la muerte se paseó por tierras uruguayas vestida de tres pestes diferentes, una peor que la otra. Primero fue la fiebre amarilla, que dejó a su paso una estela de cadáveres tan grande que no daban abasto con la construcción de ataúdes. Los carros municipales pasaban por las calles repletos de cajones con difuntos. Hay anécdotas de esa época que cuentan que muchas veces estaban tan cargados que no era extraño que se cayera algún cuerpo durante el camino. Lo cierto es que la gente estaba atormentada y fue tan desesperante la necesidad de deshacerse de cualquier fuente de contagio que incluso algunas personas enfermas fueron enterradas vivas.
Los sobrevivientes tuvieron que vérselas luego con el cólera, que no de quedó atrás en cuanto a su implacable virulencia y arrasó con miles y miles de personas en pocas semanas. Por si todo esto fuera poco, a fines del siglo XIX, ya durante el gobierno del coronel Lorenzo Latorre, llegó la peor de todas las pestes: el tifus, que aterrorizó a lo que quedaba de la población. No había vacunas ni remedios que pudieran hacer algo para detenerlo y para la gente de condición más modesta, que no podía viajar lejos de la peste, la cuestión era esperar el momento en que la enfermedad entrara a su casa.
Montevideo se había transformado en el mismo infierno. El calor de la podredumbre, de la corrupción de los cuerpos, inundaba el aire y se mezclaba con los quejidos y lamentos de los agonizantes. Y si esto sucedía en la capital uruguaya, ni que hablar de las poblaciones del interior, en donde los médicos que no habían muerto estaban desbordados por la cantidad de enfermos, que no cesaba de crecer.
La medicina parecía no tener respuestas frente a esta peste, que comenzaba a cobrarse un número de víctimas asombroso para la época. Pero hubo una excepción. Un inmigrante español llamado Luis Curbelo Báez había sido encerrado en un cuartel de Tala, departamento de Canelones, acusado de haber ejercido ilegalmente la medicina. El hombre manifestaba que tenía el don de curar a través de la hidroterapia.
La Parca, con su hoz chorreando tifus, también llegó a Tala, haciéndose un festín con sus habitantes. La enfermedad diezmó la población en pocos días y se expandió hasta el mismo cuartel de prisioneros. Viendo cómo los soldados que allí se apostaban morían uno a uno, como en una batalla contra un ejército invisible, las autoridades decidieron, en un intento desesperado, liberar a don Luis Curbelo Báez para que pusiera en práctica su pseudomedicina.
El éxito inmediato que obtuvo el hasta ahora "falso médico" lo convirtió en cuestión de horas en alguien venerado por todos. Él solo, con su técnica a base de agua fresca, té de yuyos y sus manos milagrosas, hizo retroceder la peste hasta sacarla fuera de los límites del poblado. El relato de este milagro se expandió de tal manera que llegó a oídos del coronel Latorre, quien decidió escribirle al jefe de Policía indicándole "que no ponga obstáculos para que Curbelo cure por el sistema hidroterápico".
Es así que luego de un tiempo, este sanador español terminó fundando en la cercana localidad de Minas lo que sería el primer sanatorio naturista de América Latina. Por el enorme complejo, que llegó a ocupar tres manzanas, desfiló una cantidad inmensa de pacientes, en su mayoría tratados con éxito.
Pero ¿de dónde había sacado esta sabiduría, este don tan increíble? Nacido en 1844 en Canarias, España, Luis Curbelo Báez habría estudiado naturismo en Alemania, formándose también en los singulares campos de la radiestesia, el magnetismo y la bioenergía. Sin embargo, una foto del sanador, que se conserva en la Casa de la Cultura de Minas, parece relacionarlo con algo mucho más secreto y legendario. En la imagen puede verse que el prendedor de su corbata está conformado por un compás y una escuadra entrecruzados, ni más ni menos que el mítico símbolo de la Masonería. Seguramente, fueron estos masónicos orígenes los que hicieron que sus inquietudes crecieran y que allá por los años '30 dejara en manos de su hija Aurora, una de las primeras médicas del país, el oficio de curar y se retirara a la mansión que tenían frente al sanatorio, donde se dedicó a investigar intensamente otro universo apasionante y desconocido: el más allá.
Dicen que fue en el altillo de la torre octogonal, en esa casa del barrio Las Delicias, donde se llevaron a cabo las sesiones de espiritismo más agitadas en las que participó Curbelo Báez. Se asegura que una mujer que obraba de médium en esas oportunidades había sido su paciente y que juntos hicieron contacto con una multitud de almas, entre las que se encontraba la de la propia hermana del sanador, muerta años atrás. Además, cuentan que la médium entraba en trance durante las sesiones, sus ojos giraban quedando en blanco y era capaz, por ejemplo, de describir perfectamente la ciudad de París cuando ella jamás había viajado fuera del departamento de Lavalleja.
Don Luis Curbelo Báez falleció en 1937, a los noventa y tres años de edad, pero al parecer su energía siguió viviendo de alguna extraña manera en esa casa. La torre hoy está en pie, alzándose como una estaca clavada en el caserón, en la misma esquina de Minas, intimidando a los que pasan bajo su sombra, pero no sólo por la oscuridad que proyecta, sino porque aseguran que dentro de ella aún permanecen muchas de las entidades invocadas en aquellas reuniones, que se manifiestan a través de voces, ruidos inexplicables y extrañas siluetas que cruzan por las ventanas. Incluso hay testimonios de personas que afirman que en ciertas noches, las sesiones espiritistas vuelven a escucharse, como si la pasión con la que se realizaban las hubiera grabado en la densa atmósfera del altillo o como si en el interior de la vieja mansión el tiempo retrocediera hasta los últimos años de vida de don Luis Curbelo Báez.
En Minas se sabe que estos fenómenos son los causantes de que ningún residente dure mucho tiempo viviendo bajo el techo de esa casona, mudo testigo de vaya uno saber qué misterios revelados. Porque eso es lo que dicen los rumores: gracias a aquellos contactos con el más allá, sumados a sus conocimientos de Masonería, Curbelo, aquel prisionero devenido en héroe, descubrió uno de los grandes enigmas de la humanidad. El eco de aquellas revelaciones aún reverbera en la torre, custodiado por un sinfín de espíritus liberados, dejando que sólo salga de aquel recinto lo justo y necesario como para que lo increíble historia de Luis Curbelo Báez sea transmitida por las voces anónimas.

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