Hace algunos años me contaron una historia impactante que tuvo lugar en Juan Lacaze, una localidad uruguaya del departamento de Colonia. Al descubrirla, me di cuenta de que este caso era perfecto para llevar a la televisión, pero cuando quise ponerme a trabajar en él, me llevé una gran sorpresa: si bien la gente del lugar se prestó de manera gentil para hablar y compartir conmigo sus conocimientos sobre el tema, cuando llegó el momento de realizar la entrevista con la cámara ninguno de ellos quiso dar la cara. A la hora de dar explicaciones, la palabra “miedo” se transformó en común denominador. Pero todos ellos saben muy bien que, algunos años atrás, unos amigos cometieron una gran injusticia al hacerle una broma pesada a un joven coloniense... una broma que no terminó nada bien.
Tiempo después, a principios de 2011, conocí a un joven de Juan Lacaze que hace tiempo se mudó a Montevideo llamado Gonzalo. Él no sólo me dio el nombre de la víctima de este caso, sino que también me dijo que conocía a las personas que habían participado en él. Además, se ofreció a contarlo ante cámaras si decidía producir un capítulo con esa historia. Estuve a punto de aceptar su ofrecimiento, pero no lo hice porque me pareció que exponerlo públicamente, sabiendo que esto puede traerle problemas, no era algo bueno para él.
Pero sí decidí contar en este libro lo que me dijo. Y a través del siguiente relato, abriré una puerta que hace mucho tiempo los habitantes de esa localidad optaron por mantener cerrada. No lo hago con la intención de lastimar a alguien, sino para compartir con ustedes una historia que seguramente los invitará a reflexionar sobre esas decisiones equivocadas que tomamos y las repercusiones negativas que pueden traer.* * *
A pesar de tener menos de sesenta años de vida, Juan Lacaze, una pequeña y joven localidad ubicada al sur del departamento de Colonia, Uruguay, arrastra una herida que sangra en la memoria de sus habitantes, sobre todo en la de aquellos que conocen esta siniestra historia.
Al comienzo de la década del ‘80, los integrantes de una banda local de rock pesado se prepararon para recibir a un joven de unos veinte años que aspiraba a ser parte del grupo de música. Decidieron que, para ser uno de ellos, él debería superar una singular prueba de ingreso.
El aspirante fue citado cerca de la medianoche en el lugar menos pensado: las puertas del cementerio de Juan Lacaze. A pesar de lo extraño de aquel punto de reunión, el joven tenía tantas ganas de ser parte de la banda de rock que asintió entusiasmado, seguro de cumplir cualquier reto que le impusieran.
Cuando llegó, se encontró con las reducidas dimensiones de una típica necrópolis de pueblo. Inmediatamente, se sintió incómodo por la cercanía que había entre las tumbas y por el hecho de que los muros del camposanto estuvieran formados por los mismos nichos. Mirara hacia donde mirara, sólo veía muerte.
Al verlo llegar, los músicos le pidieron que los acompañara hasta un sepulcro en especial. Y juntos caminaron hasta la tumba más notoria del cementerio, una enorme cruz que sobresalía de la tierra y dominaba todo el panorama.
El aspirante imaginó algunas posibles pruebas que podría superar allí... pero su mente no estuvo ni cerca de concebir lo que habían ideado sus ídolos. El desafío era tan simple como siniestro: debería pasar toda la noche atado a esa cruz imponente. Él estaba preparando para cualquier cosa, menos para eso. La sola idea de pasar tantas horas de absoluta oscuridad en un lugar como aquel, lo llenó de terror.
Asustado, intentó convencer a los roqueros para que le hicieran otra prueba, pero al ver sus rostros se dio cuenta que no estaban dispuestos a suspender aquella experiencia iniciática de la que tan orgullosos de sentían. Quiso escapar, pero lo sujetaron con fuerza y lo ataron de pies y manos a la inmensa cruz, como si se tratara del propio Jesucristo. Allí lo dejaron, solo y con toda la noche por delante.
A uno le recorre el frío por el cuerpo al imaginar la desesperación de aquel joven al saber que esas horas serían las más largas y angustiantes de su vida y no poder hacer nada para evitarlo.
Lo cierto es que cuando los creadores de la oscura prueba volvieron al otro día, aquel joven aún permanecía donde lo dejaron, crucificado. Pero ya no era el mismo... había enloquecido y su mente se había sumergido en el delirio más profundo.¿Qué fue lo que vio? ¿Qué le sucedió aquella noche en el cementerio? ¿Qué lo dejó en un estado semejante? Estas son preguntas que los habitantes de Juan Lacaze hoy en día siguen haciéndose. Incluso hay algunos que aseguran haber visto en el presente al que fuera aspirante de músico deambulando por las calles, convertido en un linyera. Los pocos que dicen haberse atrevido a pedirle que les revele qué fue lo que presenció en el camposanto, afirman haber recibido como respuesta una mirada que jamás olvidarán, mezcla de demencia y horror, como si sus ojos desorbitados volvieran a ver aquello de lo que su boca se niega a hablar.
De todas maneras, aquel pobre muchacho consiguió superar la siniestra prueba de ingreso. Y si bien su logro no le permitió entrar a la banda de rock, sí le sirvió para ser parte de otro selecto grupo... el de las voces anónimas.
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Voces Anónimas "OCULTO".
ParanormalVoces Anónimas Historias y leyendas del universo mágico El presente libro contiene historias, leyendas, experiencias y anécdotas del detrás de cámara que nunca fueron contadas en el programa televisivo Voces Anónimas, que se emite a través de la pan...