El otro niño.

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     A la hora de recordar los mejores episodios de Voces Anónimas, siempre aparece la historia de “Los mellizos”, que tiene lugar en una de las casas encantadas más conocidas de nuestro país. En el año 2009, volví a esa construcción del barrio La Aguada, ya que me encontraba trabajando en el capítulo “La casa de los mellizos”.

     Aquel día, María Aldao, la actual propietaria, me recibió junto a su familia y allí pasamos un largo rato compartiendo relatos inquietantes y acontecimientos inexplicables que tenían lugar en el living-comedor donde nos encontrábamos.

     En determinado momento, mientras conversábamos, sonó el teléfono. Era la hermana de María, Alejandra Aldao, quien al parecer quería hablar conmigo. Me explicó que vivía en Canadá y que tenía que contarme algo muy extraño que le había sucedido en ese país a comienzos del año 2001.

     Hablamos casi media hora y mientras escuchaba su aterradora experiencia, reconstruía con mi imaginación las escenas que me estaba describiendo. Quedé tan impactado con lo que le contó que pocos días después le pedí que redactara lo sucedido y me lo enviara por correo electrónico. Así fue como empecé a trabajar en su historia. A través de mails y llamadas telefónicas, le hacía preguntas y ella, con la mejor voluntad del mundo, las iba contestando, ayudándome así a reconstruir las piezas de un caso verdaderamente aterrador.

     Lo que van a leer a continuación es quizás uno de los relatos más escalofriantes que he descubierto. Todos aquellos que sean miedosos todavía están a tiempo de saltearse estas páginas. Y a quienes se atrevan a leerlas puede que esta noche les cueste bastante trabajo conciliar el sueño.

                      *  *  *

En diciembre del año 2000, Alejandra Aldao, que en aquel entonces tenía treinta años de edad, sentía que estaba viviendo un sueño: embarazada de seis meses, se mudaba a un hermoso apartamento en Toronto, Canadá. Era un penthouse enorme y con una vista increíble de la ciudad. Incluso tenía armarios de puertas corredizas en casi todos los ambientes, como a ella le gustaba. Sin embargo, la apocalíptica tormenta de nieve bajo la que se realizó la mudanza podía haberse tomado como una profecía, un anuncio de que aquel sueño maravilloso muy pronto se transformaría en la peor de las pesadillas.

     Dos curiosidades notó Alejandra una vez que estuvo en su nueva casa. Una de ellas fue una cruz dibujada con marcador negro sobre el marco de la puerta de entrada, de tal manera que era imposible borrarla. La otra se relacionaba con la correspondencia: al buzón del apartamento no dejaban de llegar cartas con propagandas de pañales, ropa de niños y juguetes, como si allí hubiera vivido un bebé.

     A pesar de todo esto, ella prosiguió con la mudanza. Eligió el clóset más grande para guardar una de sus pertenencias más queridas: un enorme rosario de ágatas que le había regalado su suegra. Aunque en realidad, el regalo más preciado estaba gestándose adentro de ella; su panza fue creciendo simultáneamente con su felicidad hasta marzo de 2001, mes en el que, después de un parto complicado, nació su hijo Anthony.

     Había llegado el momento tan esperado; al fin entraría a la casa con su bebé en brazos, pero apenas cruzó el umbral, el entusiasmo se transformó en angustia. Alejandra sufrió una depresión posparto terrible. Si bien este tipo de cuadros es muy frecuente después del alumbramiento, el suyo parecía venir acompañado de algunos síntomas extraños. La flamante mamá sentía que en su casa había alguien más... y pronto sus sospechas comenzaron a confirmarse.

     Siempre que lavaba la ropa del bebé, era invadida por la certeza de que alguien se había metido en la habitación donde estaba la cuna de Anthony. Entonces corría hacia allí, pero junto a él no había nadie. Algo similar percibía cuando caminaba desde el dormitorio hasta la cocina, porque mientras recorría ese trayecto podía jurar que esa presencia la observaba desde el baño. Esas sensaciones se sucedían día tras día y se hacían más fuertes. Llegó un punto en el que Alejandra no le sacaba los ojos de encima a su hijo, ni siquiera cuando se duchaba: se lo llevaba con ella y se bañaba con la cortina abierta para poder controlarlo. Además, a esa insoportable situación había que sumarle las lágrimas y gritos de su bebé. Es que desde que llegaron de la Maternidad, pasaba llorando la mayor parte del día.

Voces Anónimas "OCULTO".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora