La hija del molinero.

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     Una de las satisfacciones más grandes que me ha dado Voces Anónimas en todos estos años es poder recorrer el país y conocer a mucha gente linda de diferentes rincones de nuestro territorio. Siempre digo que ahí es donde está el verdadero tesoro del programa, en la gente que lo sigue, y puedo decir con orgullo que desde que el programa salió por primera vez al aire, en 2006, ha recibido numerosas invitaciones de distintos departamentos de Uruguay. En la mayoría de los casos pude ir y fui recibido con esa calidez y hospitalidad que caracterizan a la gente del interior.
     Uno de estos lugares es el liceo N° 3 de la ciudad de Las Piedras, en el departamento de Canelones. Fui invitado por un alumno y una profesora de dicha institución: Brian Jordan y Laura Cash. Ellos se encargaron de organizar todo para que pudiera visitarlos un sábado de noviembre de 2010. Aquella fue una tarde increíble, donde compartimos mitos y leyendas de todo el país, vimos algunos vídeos que los alumnos habían realizado inspirados en Voces Anónimas y le contaron una historia impactante de su ciudad que me sorprendió por completo. Decidí comenzar las investigaciones, con la invalorable ayuda de Brian y Laura, para rescatar este relato que tiene como protagonista el único molino de viento que sigue en pie en ese lugar.
     La leyenda, que fue pasando de generación en generación entre los habitantes del poblado, carece de evidencia documental, tal vez porque sucedió hace más de cien años o quizás porque hay hechos trágicos e injustos que lastiman tanto la memoria que a veces es mejor enterrarlos en el olvido. Lo que sí sabemos es que así como en el siglo XIX se esparcía el aroma del gofio tostado proveniente del Molino de Bosch, la tragedia se puede oler hasta el día de hoy en los alrededores de lo que queda del gigante de viento.

                      *  *  *

     Cuando uno habla de la ciudad de Las Piedras se le vienen muchas cosas a la cabeza. Antes que nada, uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia tuvo lugar allí: la Batalla de Las Piedras. Fue una de las victorias más importantes del ejército de Artigas sobre las tropas españolas, ocurrida el 18 de mayo de 1811. Hoy, en la ciudad se erige un obelisco que conmemora este importante triunfo. La región es reconocida también por el tango, ya que en ella nació Julio Sosa, el “Varón del Tango”, uno de los cantantes más prestigiosos de la historia de la música uruguaya. Y en este lugar se encuentra también el viejo molino de viento que es protagonista de esta historia tan triste como siniestra.
     A principios del siglo XIX, la industria harinera tuvo un gran impulso en Uruguay, razón por la cual surgió una importante cantidad de establecimientos destinados a esta pujante actividad. El departamento de Canelones, con sus dieciocho molinos, fue el que contó con mayor cantidad en todo el país. El Molino de Bosch, conocido popularmente como el “Molino Viejo”, tenía como función principal triturar toda clase de cereales para hacer harinas y gofio. Está ubicado en la avenida Dr. Pouey, esquina Carmelo Colman, al lado de una antigua estación de servicio. Fue tal su importancia para la ciudad que hoy el barrio donde se encuentra se llama El Molino en homenaje a este gigante de viento. Allí, la arquitectura del edificio domina el paisaje pedrense, siendo el único testigo de mediados del siglo XIX que se encuentra en pie en todo el departamento de Canelones.
     Lo que nadie imaginaría, sin embargo, es que entre sus paredes se esconde una tétrica historia.
      Don Joaquín Bosch, inmigrante español oriundo de Cataluña nacido en 1815, construyó este emblemático establecimiento entre los años 1859 y 1863. Se casó con Juana Rodríguez, natural de Fuerteventura, y con ella tuvo cinco hijos: Ana Eduvigia de los Dolores, Juana María, Isabelino Joaquín, Juana Teresa y María Loretta.
     Cuentan que don Joaquín vivía feliz junto a su familia y que sus cinco hijos eran su gran orgullo. Pero todo esto cambió rotundamente con un hecho trágico que conmovió a la sociedad uruguaya de aquellos tiempos. Lo sucedido tiene directa relación con una de sus hijas, la pequeña Juana Teresa.
     Habitualmente, el hombre solía viajar a Montevideo para transportar lo producido y cuando regresaba a su casa, la hija, con gran devoción hacia él, salía a recibirlo con mucha alegría.
     En uno de sus viajes, don Joaquín se vio demorado y no llegó a la hora de siempre. Su hija, que lo esperaba ansiosamente, decidió subir al molino, pues desde el punto más alto de la torre se podía obtener una vista espectacular de la ciudad, facilitándole así la localización de su padre a varios metros de distancia. No obstante, allí, en el punto más elevado, la niña no vio precisamente a su padre, sino que se encontró con una sorpresa escalofriante. Es que una vez que llegó a la parte superior del molino, se asomó inocentemente sin tener en cuenta que las aspas se encontraban en funcionamiento. Su cabeza fue cortada brutalmente por una de ellas, con la misma violencia con la que un verdugo decapita a un condenado.
     Cuentan que aquella familia no volvió a ser la misma desde ese día y quien más sintió ese trágico hecho fue su padre.
     Pocos años después de la muerte su hija, don Joaquín Bosch falleció. Fue el 22 de mayo de 1896 y en su honor los familiares construyeron un panteón ubicado en el cementerio de Las Piedras. El mismo tiene forma de molino y se puede apreciar en la cima la figura de una niña.
     Dicen que hasta el día de hoy en el panteón de los Bosch suceden cosas extrañas: durante las noches, si uno pasa cerca del sepulcro, puede sentir con claridad el lamento de una niña, una especie de sollozo entrecortado que retumba en los rincones del cementerio de Las Piedras. Lo más curioso del caso es que la presencia de la pequeña también se manifiesta en las cercanías del viejo molino. Esto lo saben muy bien los vecinos, quienes a menudo escuchan su triste llanto o incluso han visto a una figura de muy pequeña estatura merodeando en los alrededores.
     Aquel hecho marcó para siempre la memoria de los pedrenses, quienes a través de la tradición oral mantienen viva esta triste historia. Cuentan que el alma de esta pequeña sigue esperando a su padre, quizás para despedirse o quizás para refugiarse en sus brazos, en ese abrazo que nunca llegó a darle. Lo cierto es que el único testigo que queda de todo esto es el gigante de viento. Ahí está, en una avenida, abandonado, sin sus aspas y soportando el fuerte embate de las voces anónimas.

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