14. De nuevo castigados

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Miro a Byron, que está debajo de mí. Me levanto y le ayudo a levantarse, cuando de repente nos damos cuenta de que ambos nos hemos manchado de mi batido y de su helado.

—¿Qué ha sido eso? ¿Estás bien, Mia? ¿Te has hecho daño? —me pregunta con un tono preocupado

—No... no. Estoy bien, sólo estoy sorprendida. —Le digo con la cabeza en otras cosas—. Además, he tenido la suerte de caer sobre alguien acolchado —le guiño el ojo—. Pero nuestro uniforme creo que no es tan afortunado como nosotros.

—Ya, da igual. Lo importante es que estés... estemos bien —se corrige rápidamente sonrojándose, pero yo ya lo he oído. Decido no decir nada—. ¿Has podido ver quién era?

Asiento con la cabeza.

—Era una chica de pelo negro y con ojos rojos. Sólo sé eso —respondo mirando en la dirección que he visto marcharse corriendo a la chica.

—¿Quieres venir a casa, para que puedas cambiarte de jersey? —me propone Byron.

—Sí, me parece buena idea. No quiero ir así a clase —acepto con una cálida sonrisa—. No quiero que Claude me diga que no sé comer y que me voy manchando por cualquier esquina.

—Bah, no te preocupes por lo que ese idiota te diga.

Y juntos nos dirigimos a casa de Byron.

***********

Después de pasar por casa de Byron, dejar las bolsas y haberme cambiado a un jersey que me ha dejado Byron, llego corriendo al instituto. Me paro en seco frente a la puerta del aula y me armo de valor para entrar. Veo al profesor dado la vuelta, escribiendo algo en la pizarra, es nuestro tutor, el de literatura. Aprovecho ese momento para entrar con disimulo en clase, abro y cierro la puerta sin hacer ruido y avanzo a hurtadillas. Parece que mi plan funciona a la perfección. Ya queda menos para alcanzar mi asiento...

—Mia, ahórrate ese numerito y ve a tu asiento —me dice el profesor sin mirarme si quiera. ¿Cómo lo ha sabido? Se gira para mirarme y al momento me enderezo causando la risa de los demás compañeros que se me han quedado mirando—. La siguiente vez que decidas saltarte las clases no vengas a los diez últimos minutos de clase. Te consideraba muy despierta, pero te has dejado ese detalle —me sonríe—. No has esperado ni un día para saltarte tres clases.

—Lo siento señor —me disculpo—. No tenía reloj. Si lo hubiese sabido, me habría ido a casa directamente.

Miro al reloj que hay en una pared de clase y compruebo que sólo quedan diez minutos de clase.

—Bien hecho. Ya has aprendido para la siguiente vez que faltes a clase deliberadamente —añade el profesor apuntando algo en su cuaderno—. Creo que te mereces un sobresaliente en el apartado de gamberra de la clase, compitiendo ferozmente con Claude. Él ha sido el primero de clase en ese aspecto desde hace muchos años. Espero que ahora no cambie y lo seas tú, Mia.

—Yo también lo espero. Intentaré hacerlo lo mejor posible la siguiente vez que falte —me disculpo haciendo una reverencia—. ¿Me sugiere que la siguiente vez falsifique un justificante con la firma de mis padres? Creo que si lo hiciese sería muy veraz.

—Um... buena idea. Prepáralo para la siguiente ausencia. Esperaré esa falsificación con gusto —me dice el profesor riendo. La mayoría de los compañeros se ríen por lo irónico de nuestra conversación.

Este profesor en muy bueno. Tiene sentido del humor. Otros no hubiesen permitido esto.

—De acuerdo, como usted quiera —yo también sonrío y vuelvo a inclinarme.

—Por cierto, ¿no sabrá dónde se encuentra Byron, no? —me pregunta el profesor—. ¿No se habrán encontrado por casualidad por la calle, no?

—No, ¿por? ¿Debería habérmelo cruzado? —miento con desinterés.

—Cuatro horas en la enfermería no son normales, y tampoco el desaparecer repentinamente de la enfermería.

—Pues no, no tengo ni idea de dónde puede estar —me encojo de hombros. De hecho, sé que está en su casa.

Me dirijo a mi asiento. Después de la intensa charla que hemos tenido el profesor y yo, sólo quedan 6 minutos. En serio, la siguiente vez que me pase esto no me acerco por el instituto ni de broma.

Veo que mi silla está ocupada por la mochila y la chaqueta de Claude, la mesa por varios de sus libros, y el colmo es que veo que está usando mis bolis y lápices con toda naturalidad y que tiene mi estuche abierto de par en par sobre su mesa.

—Psss, Claude, ya puedes ir quitando tus cosas de mi mesa y mi silla. Y haz el favor de devolverme mi estuche con todas mis pertenencias.

—Para diez minutos que quedan de clase, te debería dar igual, ¿no crees? —dice sin mirarme a la cara.

—Como comprenderás, no me da igual, tulipán de panceta y bacon —le respondo irritada—. Quiero sentarme, estoy cansada de andar, y tu bolsa y tu chaqueta me impiden sentarme.

—Pfff, haber venido antes. Se siente, que no voy a mover ni un dedo —me responde mirando aún a la pizarra.

—¡Claude! —exclamo al borde de la desesperación.

—Vosotros dos, Claude, Mia. Haced el favor de callaros. Y tú, Mia, siéntate de una vez —nos ordena el profesor secamente.

—Ya has oído al profesor, déjame sentarme —le exijo con insistencia.

—Pesada tabla de planchar... Déjame en paz.

Lo miro con cara asesina, pero él no se percata, y decido sentarme sobre sus cosas, como consecuencia de que no haya quitado lo suyo. Además, también tiro de un manotazo sus libros que están sobre mi mesa y comienzo a coger mis bolis y lápices y a meterlos en mi estuche.

En cuanto se da cuenta, comienza a empujarme, intentando que me levante, pero yo me agarro bien a la silla para no despegarme. Me dice en susurros, pero enfadado, que me levante de la silla, pero yo le digo que nanay, que no pienso levantarme para los cinco minutos que quedan.

Como sigue empujándome, decido pegarle una patada en la espinilla. Se agarra la parte dolorida, pero no grita para no llamar la atención del profesor. Luego se abalanza sobre mí y consigue que la silla se caiga, y él sobre mí. El tremendo ruido que provoca todo esto, sobresalta a todos los compañeros y al profesor. Todos nos miran extrañados, y después Akari comienza a reírse, contagiando la risa a los demás, hasta al profesor.

—Lo siento mucho por vosotros dos, chicos, pero hoy también os quedáis castigados a limpiar la clase. Lleváis dos de dos. No sé cómo lo conseguí chicos —ríe—. Creo que al final del curso haré premios especiales, y uno de ellos será para vosotros. La pareja más castigada y conflictiva del curso.

—Joder, tabla de planchar. ¡Esto es por tu culpa! —se queja Claude.

—Cállate, princeso chamuscado —le espeto.

Termina la clase y Claude y yo nos quedamos limpiando. Como siempre, comenzamos a discutir entre nosotros.

—Si hubieses quitado tus cosas a tiempo, no estaríamos ahora limpiando, tulipán con extensiones.

—¿Cómo? Si TÚ, tabla de planchar, no hubieses faltado a clase, mis cosas no estarían en tu asiento —me reprocha.

—Haber respetado mi sitio, idiota. El lugar donde habías dejado tu maldita bolsa es MI sitio. Tú ya tienes el tuyo —le digo mientras lo golpeo en el pecho con el dedo índice—. Y deja de llamarme tabla de planchar, obseso.

Seguimos así durante todo el rato que limpiamos y después nos dirigimos enfadados al club de fútbol.

Inazuma Eleven - Amor inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora