Capítulo 38

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Cuando está más tranquilo Noel, subimos de nuevo a la plata donde está Aurora, la tercera. En cuanto llegamos ahí, a la sala de espera, vemos que siguen Patricia y Rocío sentadas por lo que Noel, cuando las ve, se dirige hacia el otro lado de la sala de espera a sentarse y yo junto a él.

No hablamos ninguno de los cuatro, solo esperamos a ver qué ocurre con Aurora ya que son horas críticas para ella. Esperemos que nada malo por supuesto. Yo apoyo mi cabeza en el hombro de Noel mientras espero y él se apoya encima de mi cabeza. Estamos agarrados de la mano y con la otra me pongo a acariciar su brazo para entretenerme y transmitirle apoyo y tranquilad.

—He sido un imbécil todo este tiempo contigo y me odio por ello. –Suelta de pronto Noel bajito para que no nos oigan.

—Estoy de acuerdo con lo de imbécil. –Nos reímos los dos bajito. –Pero no deberías odiarte, confiabas en tu amiga, no tienes la culpa.

Suspira mientras me da un beso en la cabeza y vuelve a su postura de antes. Volvemos a estar callados cuando me doy cuenta de que Rocía me está mandando puñaladas con la mirada, pero no me importa. Incluso Noel se ha dado cuenta.

—No le hagas caso.

—Tranquilo, estoy bien.

Son cerca de las tres de la mañana cuando me estoy quedando dormida en su hombro. Creo que son buenas noticias que no aparezca ningún doctor.

—Mi abuela fue la única madre para mí. Si no fuera por ella, quien sabe, quizás estaríamos en la calle, intentando sobrevivir o en la droga como nuestra madre biológica.

—Fue una gran mujer acogiéndoos a los dos. Podría no haberlo hecho y estar tranquila sin criar a dos niños, pero lo hizo y mira como estáis ahora, tú con un buen trabajo y tu hermana terminando una carrera que le gusta. Hizo un gran trabajo.

—Sí, no sé qué haré cuando no esté. Ella lo es todo para mí. ¿A quién buscaré para que me de consejos?

—Tienes a tu hermana.

—Ahora mismo no quiero tener nada que ver con ella.

—Ahora, tú mismo lo has dicho, pero después os perdonaréis y os apoyareis en los momentos buenos y malos.

—También te tengo a ti, no paras de darme ánimos y consejos. –Noto que sonríe.

—Puede, pero quizás mis consejos sean crueles.

—No me importa.

Terminamos la conversación, por lo que después de un rato en silencio, me quedo dormida durante un rato.

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