Capítulo 8 ( Nunca sabes nada )

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Habíamos estado en el carro alrededor de una hora, sí, el lugar era un tanto lejos.

Ahí nos encontrabas a nosotros en todo nuestro esplendor, discutiendo como siempre.

—Bien, ¿estás clara en lo que harás? — preguntó calmado mientras mantenía la mirada fija en la carretera.

Asentí sin mirarlo.

—Cualquier cosa, te agradecería que añadieras mi número, por si algo ocurre.

Ups, sí.

—¿Y cómo sabes que no te tengo? — pregunté esa vez mirándolo divertida, pero no respondió.

¿Le había enojado o qué? Me estaba empezando a irritar su silencio.

—Es molesto hablar sola —ironicé rodando los ojos con fastidio.

—Es molesto escuchar hablarte en estos momentos —respondió como si nada.

—¡Aiden!

—¡Qué!

Nos mantuvimos en un breve silencio.

—¿Qué diablos te pasa, ¿eh?

—Me tratas como si fuera una mierda, me vas diciendo como están las cosas. Yo no te hecho nada.

—Te metiste en este asunto, uno muy peligroso, Venus. Sí, estoy enojado y con toda mi razón, así que permitirme molestarme dejando de hablar tanto, me estresa.

Lo miré como si hubiera dicho lo más incomprensible en la vida.

—Te puedes ir a la misma mierda, no estoy para aguantarle nada a nadie —volteé mi mirada hacia fuera mirando las grandes calles a nuestro alrededor. Escuché como bufó.

—Simplemente necesito tu silencio.

—Simplemente necesitas soltarme en banda.

—Entiendo que seas Dominicana, ¿pero has escuchado tu léxico?

—Muy lindo léxico, por cierto —respondí con ironía mientras el negaba.

—No tienes remedio.

—¿Cuándo llegamos? —pregunté en un tono más fuerte, molestándome por su actitud.

—Bájame el tono —respondió igual.

—¿Estás buscando que te golpeé?

—¿Estás buscando que te saque de mi auto a estas horas?

—Te odio.

—Deberías callarte entonces.

¡Agh!

—Llegamos —informó.

Si no hubiera sido porque le vi apretar el timón hasta que sus nudillos se tornaron blancos, podría jurar que estaba solo de malas, pero al parecer, no soportaba que le hablaran cuando estaba en situaciones así, estresante o sumamente delicadas.

—¿Siempre te pones así en cosas importantes? —pregunté antes de salir.

Bufó.

—No sé si pueda contigo, Venus —y aunque lo hubiera tomado de una manera, esta vez no. Él no lo había dicho de una mala manera, eso me hizo verlo detalladamente. Se había recostado con frustración en el asiento mirando a la nada, obviándome totalmente.

Me sentía rara en esos momentos, solo pensaba...

Wey, ¿qué hago?

—Lo siento —fue lo único que pude articular, ¡pero era mucho! ¡Para mí sí! Nunca digo esas palabras, y si pasaba, era porque la cosa era grande.

Nuestro pequeño accidente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora