Capítulo 32 (¿Quién me asegura que no perdí?)

884 89 4
                                    

Bruno podía ser todo lo malo que quisiera, pero algo era cierto, era bueno con las palabras. Tenía una inteligencia indudable, y la persona más observadora que había visto.

Habíamos estado obviando el tema de Aiden. Intenté darle consejos para llevar la fiesta en paz con Lila, aunque él sabía tratarla más que yo, pues sus cosas de intimidad, no quería tenerlas en mi memoria.

Al despedirme, soltó:

—Luego de tres puertas a la izquierda, ahí está. Dile a Verónica que no los interrumpa —me guiñó el ojo  con complicidad y reí.

El deseo de verlo no podía negarlo, y ni siquiera sabía la razón.

Al salir de la oficina de Bruno, noté a más gente de la cuenta en la sala de espera. Pasé como perro por mi casa al entrar en la de Aiden, tragándome los nervios.

Al interrumpir en su espacio,  lo vi sentado en su silla con el rostro apagado. Enserio estaba hecho una mierda. Su mirada no se fijó en mi y sentí que mis pasos se volvían inestables.

Me senté frente a él, mientras seguía del otro lado del escritorio de cristal.  No quería enseñarle lo poco confiada que estaba en ese preciso momento. No comentó nada, siguió lo suyo y pensé incluso en que era mejor irme y dejarlo.

—Te ves agotado —crucé las piernas —no se me ocurría qué otra cosa decir ya que todo estaba en un incómodo silencio.

Bufó cansado, pasando sus manos por la cara. Se le veía tan estresado.

—Hay unas personas que me estan poniendo las cosas difíciles, es todo —responde intentando sonar tranquilo.

Por lo menos dijo algo, eso era un inicio, aunque vago.

Me recosté de la silla, mirándolo perderse entre sus problemas.

—¿Quieres que te ayude con eso?

Me miró de una mala manera, como si hubiera dicho algo estúpido o malo.

—¿Cómo? —por su cara, sabía que muchas cosas le pasaban por la mente.

—Soy buena dándome a entender —solté como una nena que no rompe un plato.

Respiró hondo antes de responder.

—A ver Venus, sé lo que pasa por tu cabeza. No, no necesito que me ayudes.

—Vale, vale, no es para que te pongas así —apreté mis manos con fuerza.

—No, claro que no —dijo con sarcasmo, ordenando unos papeles.

—¿Y qué pensabas que iba a hacer?

Me reprochó no más con una mirada.

—Te pediré por favor que si vienes aquí a hacerme pasar más trabajo...

—Aiden, cálmate —le dije seria —hoy no tienes humor para nada, ya, lo entiendo—me levanté de golpe y al instante se paró, dirigiéndose hacia mí.

—Solo no juegues con esas cosas —había un tono suplicante en su mirada.

Me quedé fija en ese mirar que me anclaban sin retorno alguno.

—¿Por qué?

Pensó antes de responder.

—Suficiente tengo con tu noviecito, así que ponme las cosas más fáciles —sentía que había algo con letras pequeñas en lo que dijo, y me irritaba no poder entender.

Reprimí una sonrísa, intentando aliviar la tensión.

—¿Estás celándome?

Me miró cansado, pero intentó soltar una media sonrisa, que salió más como una mueca.

Nuestro pequeño accidente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora