Capítulo 37 (En dos semanas)

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AIDEN

Abril se había hecho daño en la muñeca. El médico le explicó a lujo de detalles las cosas que debía evitar, como conducir. No es que ella diera su vida por hacerlo, pero le gustaba. Que irónico era saber que de alguna forma, ella estaba conectada a Venus.

No quería llamar a su padre, ni a su madre, y Thiago ni Esteban respondían sus llamadas, quizás pensando que ella intentaría preguntarles algo sobre mí, del porqué me fui y dónde estaba. Gracias a Dios Abril no se ofende por que alguien no le cogiera las llamadas, no era esa la razón por la que estaba tan callada. No era esa la razón por la que desde que habíamos llegado a su casa,  ella se mantuviera callada, mientras me escuchaba leer lo que el doctor le había escrito en un papel.

Nos sentamos frente a la chimenea de su casa, refugiados en el calor del lugar. Afuera estaba helado, y no pude contenerme y preguntarme si Venus estaría protegida con aquel clima. Pero me obligué a hablar, para no pensar más en eso.

Cuando me quedé hablando solo, sin escuchar una respuesta a una pregunta directa de mi parte, tuve que dejar las cosas que me pasaban a mí, para prestarle más atención a las de ella.

Respiré hondo y dejé el papel a un lado.

—Sé que no fue digno de un caballero hacer lo que te hice, lamento mucho que tuvieras que pasar eso por mí.

No sabía qué más decirle, sin mentir. Fue lo más sincero que me salió.

No respondió.

Me removí en mi lugar.

—No quiero que estemos mal.

No dejaba de sentirme ausente, como si en verdad, quisiera irme a casa y descansar, pensar con claridad. Quería estar solo  pero no le iba a negar ayuda a ella, que sé que le costó llamarme justamente a mí, al quedarse sin opciones.

—Di algo. Si te soy sincero, necesito escuchar otra voz en mi cabeza —resoplé con fastidio.

Luego de un intérvalo de tiempo que se sintió un año, respondió. Me miró como si se hubiera dado cuenta justamente ahí de que yo estaba frente a ella.

—No se prioriza a quien te posterga —habló con seguridad y me sentí como un estúpido en ese momento. Engañado por una persona que pensé que nunca lo haría, y dolía. No había que decir su nombre, ya sabíamos de quién hablaba.

Asentí, dándole la razón.

—Te acepté con todo y espinas —el susurro en su voz era como un cuchillo de doble filo —pero no dejaré que me faltes el respeto y me pisoteés. Te ofrecí un amor sincero y maduro, no juegos de niños en un vaivén —se levantó con tanta elegancia, y llegó hacia una de las mesas con alcohol y se sirvió uno. Todo con una sola mano.

—Te dije que no podía darte lo que querías de mi.

—¿Y qué es exactamente lo que quiero de ti? —se volteó con el ceño fruncido —quería ver cómo buscabas la felicidad, y solo te pedí tenerme a tu lado mientras lo hacías.

—Piensas que de esa manera podré cubrir lo que pasó y amarte con la misma intensidad que a ella —mi mirada se tornó dura. Quería que las cosas fueran claras.

Me extendió una copa y la cogí, pero la dejé a un lado y se sentó.

—Lo único que podría esperar de estar a tu lado es un poco más tu amor ¿Es tan difícil amarme? —endulzó su tono agridulce.

—Y eso es justamente lo que te estoy negando —estaba siendo un imbécil, pero no le dejaría las cosas en el aire. Que supiera exactamente como iba a ser conmigo —no voy a prometerte amor incondicional. No controlo lo que siento —solté con obviedad.

Nuestro pequeño accidente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora