Capítulo 18 ( Tremendamente incorregible )

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Me había dirigido a la casa de Logan rapidamente. Aiden quería traerme, decirle unas cuantas "palabras de advertencia" pero antes de que lo hiciera, llamé a un taxi y me fui sin que él lo notara.

Iba en pijama. Sí, pijama. No iba a ponerme bonita para un cita falsa con un hombre de mierda.

Empecé a escuchar música en mi celular, incluso algunas canciones que nunca había escuchado estaban grabadas en mi celular. Muy extraño.

Recibía infinitas llamadas de parte de Aiden, las cuales, obviamente no descolgué.

Llegué tiempo después con la pesadez en mi cuerpo hasta el gran porton dorado.

Maldítasea, era un mansión que ni el presidente...

Miré con espanto por la ventanilla del auto cada lujoso detalle al entrar por el camino alumbrado, con un cesped hermoso alrededor.

Bueno, mal gusto no tenía, eso sin duda.

El taxista veía por el retrovisor mi ropa como si se preguntara ¿Qué hace un chica vestida asi en un lugar tan destacado ?

No le digas nada... no le dig...

—¿Acaso tengo cuentas pendiente con usted? —pregunté seca, mirándolo con reproche.

El hombre se sobresaltó de momento y volvió a mirarme.

—¿Disculpe? —sonó con un tono ligero.

—Se la ha pasado mirándome, así que le pregunto ¿Le debo algo? ¿Quiere regalárselo a su esposa? si es que tiene. Le puedo decir dónde lo compré.

Al terminar de decirlo el hombre empezó a balbucear. Rodeé los ojos con molestia y me salí del auto antes de tiempo. Ya había llegado  ¿Qué más da? Le dejé el dinero en el asiento trasero y con el celular en mano, me adentraba poco a poco a la estancia.

Llegué a la gran puerta que estaba al mismo nivel de las altas columnas que mantenían un hermoso arte de espejos rotos en la parte de enfrente.

Mínimo tenía que ser traficante.

—No tengo toda la puta noche —dije más para mí misma.

Tenía mucha hambre, eso sí.

Las puertas se abrieron, permitiéndome ver cada detalle del lugar.

Santo cielos...

Era como estar en un mundo alterno.

Me quedé pasmada una vez que crucé el umbral.

—Buenas noches, señorita. Mi nombre es Leonor, le mostraré el camino, mi señor la espera.

Resoplé.

Hasta sirvienta bien entrenada.

La señora de tez sumamente blanca  —pálida— mejor dicho, me miró de arriba hacia abajo con disimulo. Tendría acerca de unos cincuenta años. Su pelo rubio estaba envuelto en un moño bien trabajado, ni parecía humana de tan... rígida que estaba.

—Por aquí —me apresuró como si temiera que me quedara atrás para robar algo.

Le mandé un mensaje  a señor quejón, haciéndole saber que estaba bien.

Leonor se quedó al frente de unas puertas abiertas de par en par, de cristal.

—Buenas noches, me despido, un placer —hizo una pequeña reverencia y la miré como si estuviera poseída por algún demonio.

Entraba y miraba hacia atrás como si viera el rastro de aquella mujer.

Todavía no me percataba bien de los detalles en la sala que entré por estar pendiente a la señora que se había despedido de mí.

Nuestro pequeño accidente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora