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Rᴇɢʀᴇsᴏ

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Rᴇɢʀᴇs

Recuerdo el dolor que causaron sus palabras en mí. La forma en que su voz, incrédula, las pronunció. Me sentí terriblemente culpable porque lo era, había desaparecido sin ninguna explicación. Aunque él había hecho lo mismo, pero yo sentía que lo había traicionado. Ni siquiera podía verlo, no contaba con la fuerza suficiente para hacerlo. En esos momentos sólo anhelaba que la tierra me tragara y me dejara en su interior para siempre.

Pero no podía hacer nada más que aferrarme cada vez más a su cuello, a su cuerpo. Fue ahí donde me di cuenta la enorme falta que me había hecho su calor. Ahora me sentía protegida, me sentía como en casa. Y hacia varios días que había dejado de sentirme así, era algo que solo él podía darme, estaba segura. Pero cuando recordé lo que había hecho, lágrimas calientes comenzaron a bajar por mis mejillas con lentitud.

Sentí poco a poco como la distancia se iba abriendo paso entre ambos. Trate de limpiar aquellas lagrimas lo más rápido posible para ocultarlas. Cuando nuestros ojos se encontraron no pude evitar sentirme rota de nuevo.

—Yo... —murmure con la voz temblorosa.

Su mano se posó sobre mi mejilla acariciándome lentamente y cerré los ojos ante su contacto.

—Lo entiendo linda, no tienes nada que decirme. —dijo.

Mis ojos se abrieron de golpe y sentí el pánico acumularse en mi interior. No sabía si eso era algo bueno o malo. Lo mire con confusión.

—¿A qué te refieres? —cuestione.

—Entiendo el motivo de tu ausencia repentina, la razón por la cual de un momento a otro ya no te tenía —aunque tratará de ocultarlo, podía notar el reflejo de tristeza en sus ojos—. Pero es lo de menos, has vuelto.

—¿Qué es lo que sabes?

—Lo sé todo Stella, lo he sabido desde antes que me conocieras. Lo he sabido siempre.

Sentí como un balde de agua helada me cayó encima. Retrocedí varios pasos. Mis pensamientos daban millones de vueltas y me evitaban pensar con claridad. Negué varias veces con la cabeza.

—Entonces dime que soy. —musité apenas audible. Mis ojos estaban clavados sobre los suyos. Me detuve y él caminó hacia mi, eliminando cualquier rastro de distancia que existiera entre ambos.

Quería que me lo dijera, quería escucharlo de sus labios. Lo necesitaba.

—No existe la palabra correcta que defina que eres. Pero puedo sentir tu energía a miles de kilómetros. Excepto estos días que estuviste en otra dimensión. No podía sentirte y temía lo peor. —la respiración de Duncan se volvió pesada, podía escucharla como si estuviese respirando sobre mi oreja. Apretó su mandíbula y entonces no pudo más con mi mirada, ya que dirigió la suya al suelo.

DUNCAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora