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Eʟ ᴘʀᴇsᴇɴᴛᴇ ᴇs ᴘᴀsᴀᴅᴏ

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Eʟ ᴘʀᴇsᴇɴᴛᴇ s ᴘᴀsᴀᴅᴏ

  No tuve el valor para ir a casa después. Decidí ir directamente al centro del pueblo a esperar la hora indicada. No podía con los nervios y el temor. Cada segundo, cada minuto que transcurría me parecían millones de años. Durante el tiempo que he estado aquí he visto de todo, cómo si hubiese estado viendo al mundo transcurrir sin mi existencia. Nadie volteaba a verme, era como si yo no hubiese estado aquí la mayor parte del día y casi de la noche.

Sentía un revoltijo en el estómago y mi mente no paraba de pensar. Pero debía relajarme para poder cumplir las cosas de la manera indicada. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y supe que el momento había llegado. Los bellos se me pusieron de punta y me era casi inevitable dejar de mover mis pies de manera ansiosa. Inhale y exhale las veces que fueran suficientes para tranquilizarme. Aleje todos los pensamientos de mi mente hasta que esta quedara en blanco. Apreté las manos sobre el metal de la banca sobre la que estaba sentada y cerré los ojos con un poco de temor. Entonces pensé en Aradia.

No sentí el tiempo pasar. No logre tener ninguna sensación fuera de lo normal. Supe que había llegando cuando sentí mis pies sobre el suelo, ahora estaba de pie. Un aroma agradable a naturaleza invadió mis fosas nasales de manera suave y el viento deleitó mi rostro con su frescura y delicadeza. Trague saliva varias veces, no quería abrir los ojos. Le temía a lo que sea que fuese a ver. Aunque por alguna extraña razón todo mi ser estaba en calma y sentía una paz enorme. Esa que solo sientes cuando estás en casa.

—Puedes abrir los ojos. —murmuró una suave voz femenil. Un nudo se instaló en mi garganta.

Con todas las inseguridades y con el miedo a flor de piel lo hice. Abrí mis ojos por completo hasta observar a la chica de cabello azul que yacía frente a mí con una sonrisa de bienvenida. Observe el lugar donde me encontraba; las cuatro paredes eran blancas y justo abajo, para unirse con el suelo de mármol había una delgada línea color dorado. Las ventanas eran grandes dejando ver la oscuridad apoderándose del cielo, no habían cortinas. Habían pocos muebles, los cuales poseían un color rosa palo con toques dorados.

Definitivamente era la casa que cualquier chica soñaba tener. Pude darme cuenta de que la única presencia en la estancia era la de la chica y la mía. Cuando mis ojos volvieron a ella aún estaba aquella característica sonrisa sobre sus labios.

—Bienvenida Stella, mi nombre es Fepyr. —dio un paso hacia adelante y me extendió su mano. Su nombre era tan característico.

Dude por unos cuantos segundos pero al final accedí a su saludo.

—Mucho gusto. —exclamé en un tono bajo. Me sentía indefensa, como una niña pequeña perdida entre el corazón de un bosque oscuro.

—No tienes idea de cuánto tiempo hemos estado esperando y anhelando tu visita en nuestro Aquelarre.

DUNCAN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora