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Corrió y corrió. Sin dirección ninguna. Esquivando como podía a los transeúntes. Corría para intentar dejar atrás todos aquellos sentimientos. Entró en un parque, sería más fácil correr allí, que por las calle llenas de gente. Y tropezó, cayendo de boca, permaneció ahí por unos momentos. Se levantó, la caída había provocado algunas magulladuras, pero eso era lo de menos. Se sentó en un banco cercano. Con las manos entrelazadas sobre las piernas, apoyó la espalda en el respaldo, levantó la cabeza hacia el cielo y suspiró con resignación. El golpe la hizo entrar en razón. Por mucho que corriera ya estaba hecho. No podría huir de aquello tan fácilmente.

La imagen de Yuzu, volviendo a casa inocentemente, sin saber nada. Entrando en su habitación y encontrándose con la sorpresa de que todas las pertenencias de la morena habían desaparecido. Quedando tan solo el cuaderno encima de la cama, con aquella horrible nota. Sin más explicación. Realmente era algo desolador.

Seguramente la odiaría por ello. Y con razón. ¿En qué momento se le ocurrió que eso sería una buena idea? Pero ya no había marcha atrás. Debía seguir con ello, para que al menos el dolor valiera la pena. Se quedó un rato más ahí antes de ir a la que sería su nueva casa. Mirando como caían las hojas de los árboles, agarrando con fuerza el colgante, mientras algunas lágrimas recorrían su rostro.

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Estaba en su habitación, con su padre al frente, arrodillado para estar a su altura. Mientras la acariciaba la cabeza.

- ¿Estás segura de que no quieres venir conmigo?

- Sí. - Cerrando los puños con fuerza.

- Pero... estarás sola.

- No importa, el abuelo cuidará de mi. ¡Protegeré la academia mientras no estás!

- Mei... - Se levantó y tras un rato salió de la habitación.

Ella se quedó ahí parada, escuchando como aquel hombre abría y cerraba las puertas y los cajones de los armarios. Minutos más tarde estaba de nuevo delante de su puerta, con una maleta en la mano, mirándola.

- No vas a cambiar de opinión, ¿verdad?

- ... - Negó con la cabeza.

- Está bien. - Se dirigió al genkan, con su hija siguiendole. Se cambió el calzado y la miró por última vez - Cuídate... adiós, Mei. - Saliendo de la casa.

- Adiós... padre.

Vió como su padre desaparecía tras la puerta. Estuvo allí de pie, mirando la puerta, durante horas. Apretaba los puños con firmeza intentando no llorar. Cerró los ojos con fuerza. Escuchó como llamaban a la puerta. Los abrió de golpe, ahora estaba sentada en el escritorio del consejo estudiantil.

- Adelante.

- Así que estás aquí ¿eh?

- ¿Qué haces aquí? - Mirando atónita a quién acababa de entrar.

- No habría tenido que venir hasta aquí si alguien hubiera venido donde habíamos quedado. - Cerrando la puerta.

- ¿De qué estás hablando?

- Oh, venga, no te hagas la tonta. - Caminando hacia ella.

- Fuera de aquí.

- ¿Es esa manera de hablar a tu prometido? - Colocándose tras ella.

- Tú ya no eres mi prometido.

- No cumples las órdenes de un profesor y encima le mientes. - La agarró de la cabeza y la empujó contra la mesa. - Voy a tener que castigarte.

¿El sueño que le salvó la vida? [Citrus]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora