Capítulo 7

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Viernes, 3 de enero

Erika dejó la taza de café sobre la mesa y le dio la espalda a Mikael. Se

acercó a la ventana y se puso a contemplar las vistas sobre Gamla Stan. Estaban

a 3 de enero y eran las nueve de la mañana. La nieve había desaparecido ya a

causa de las lluvias caídas en Nochevieja y Año Nuevo.

—Siempre me han gustado estas vistas —dijo ella—. Sólo una casa como ésta

podría hacerme abandonar Saltsjöbaden.

—Tienes las llaves. Abandona la reserva de ricos en la que vives y vente

cuando quieras —replicó Mikael.

Cerró la maleta y la dejó en la entrada. Erika se dio la vuelta y se quedó

mirándolo algo incrédula.

—Esto es increíble. Estamos en medio de una tremenda crisis y a ti no se te

ocurre más que hacer las maletas y largarte a vivir al culo del mundo.

—Hedestad. A unas horas de tren. Y no es para siempre.

—Para mí es como si fuera Ulan Bator. ¿No te das cuenta de que va a

parecer que huyes como un perro con el rabo entre las piernas?

—Bueno, en el fondo es lo que estoy haciendo. Además, este año también

tengo que cumplir la sentencia.

Christer Malm estaba sentado en el sofá. Se sentía algo incómodo; desde que

fundaron Millennium era la primera vez que veía a Erika y Mikael en tan

irreconciliable desacuerdo. Siempre habían sido inseparables. Es cierto que

podían enzarzarse en acaloradas discusiones, pero siempre a causa de temas

muy concretos; y cuando las cosas se aclaraban, terminaban abrazándose y

yéndose por ahí de juerga. O directos a la cama. Ese último otoño no había sido

precisamente alegre y ahora un abismo parecía abrirse entre ellos. Christer

Malm se preguntó si estaba asistiendo al principio del fin de Millennium.

—No tengo elección —dijo Mikael—. No tenemos elección.

Se sirvió café y se sentó a la mesa de la cocina. Erika, incrédula, movió la

cabeza de un lado para otro y se sentó enfrente.

—¿Tú qué piensas, Christer? —preguntó ella.

Christer hizo un gesto con las manos sin saber qué responder. Esperaba la

pregunta y temía el momento en el que se viera obligado a tomar partido. Era el

tercer socio, pero todo el mundo sabía que Millennium estaba constituido por

Mikael y Erika. Sólo le pedían su opinión cuando no se ponían de acuerdo.

—Sinceramente —contestó Christer—, los dos sabéis muy bien que mi

opinión no cuenta.

Se calló. A él lo que realmente le gustaba era el diseño gráfico; le encantaba

trabajar con las imágenes. Nunca se había considerado artista, pero sabía que

como diseñador tenía un don divino. En cambio, se le daban fatal las intrigas y las

La chica del dragón tatuadoWhere stories live. Discover now