Sábado, 12 de julio - Lunes, 14 de julio
Hacia las cinco de la mañana, Mikael se despertó de un sobresalto llevándose
las manos al cuello para quitarse la soga. Lisbeth se acercó, le cogió las manos y
permaneció a su lado hasta que se tranquilizó. Mikael abrió los ojos y la
contempló con la mirada desenfocada.
—No sabía que jugaras al golf —murmuró para, acto seguido, volver a
cerrar los ojos.
Ella se quedó junto a la cama un par de minutos hasta que estuvo segura de
que había vuelto a conciliar el sueño. Mientras Mikael dormía, Lisbeth había
vuelto al sótano de Martin Vanger para examinar el lugar del crimen. Aparte de
los instrumentos de tortura, encontró una gran colección de revistas de porno
violento y numerosas fotos polaroid en un álbum.
No había ningún diario. En cambio, descubrió dos carpetas con fotografías de
tamaño carné y unas notas manuscritas sobre distintas mujeres. Se lo llevó todo
en una bolsa de nailon, junto con el portátil Dell de Martin Vanger que halló en la
mesa del vestíbulo de la planta superior. En cuanto Mikael se quedó dormido,
Lisbeth continuó repasando el contenido del portátil y de las carpetas de Martin
Vanger. Eran más de las seis de la mañana cuando apagó el ordenador. Encendió
un cigarrillo y, pensativa, se mordió el labio inferior.
Junto con Mikael Blomkvist había emprendido la caza de alguien que
presuntamente era un asesino en serie del pasado. Y se toparon con algo
completamente diferente. Le costó imaginarse los horrores que habrían tenido
lugar en el sótano de Martin Vanger, en medio de ese idílico pueblo. Intentó
comprender todo aquello.
Martin Vanger llevaba asesinando a mujeres desde la década de los sesenta;
durante los últimos tres lustros lo había hecho con una periodicidad de
aproximadamente una o dos víctimas por año. Los crímenes habían sido tan bien
planeados y se realizaron tan discretamente que nadie en absoluto advirtió que
existía un asesino en serie en activo. ¿Cómo era posible?
Las carpetas le ofrecían parte de la respuesta.
Sus víctimas eran mujeres anónimas, a menudo chicas inmigrantes recién
llegadas que carecían de amigos y contactos en Suecia. También había prostitutas
y marginadas sociales con serios problemas de fondo, como el abuso de drogas y
de alcohol.
De sus estudios de psicología sobre el sadismo sexual, Lisbeth Salander había
aprendido que ese tipo de criminales suele presentar una tendencia a coleccionar
souvenirs de sus víctimas. El asesino usaba esos recuerdos para recrear parte del
placer experimentado. Martin Vanger había llevado esa peculiaridad mucho más