Jueves, 9 de enero - Viernes, 31 de enero
El primer mes de Mikael en ese perdido rincón del mundo estaba siendo,
según el Hedestads-Kuriren, el más frío que se recordaba; o, por lo menos (si le
hacía caso a Henrik Vanger), desde el invierno de la guerra de 1942. Mikael
estaba dispuesto a aceptar el dato como verdadero. Apenas llevaba una semana
en Hedeby y ya lo sabía todo sobre los calzoncillos largos y los calcetines de
lana, al tiempo que había aprendido la importancia de ponerse dos camisetas
interiores.
A mediados de enero, cuando el frío alcanzó los increíbles 37 grados bajo
cero, pasó unos días terribles. Nunca había experimentado nada similar, ni
siquiera durante aquel año que pasó en Kiruna haciendo el servicio militar. Una
mañana, la tubería del agua se congeló. Gunnar Nilsson le proporcionó dos
grandes bidones de plástico para que pudiera cocinar y lavarse, pero el frío
resultaba paralizador. En las ventanas, por la parte interior, se formaron cristales
de nieve, y, por mucho que calentara la cocina de hierro, Mikael se sentía
permanentemente congelado. Todos los días pasaba un buen rato cortando leña
en el cobertizo de detrás de la casa.
Había momentos en los que estaba a punto de llorar; incluso barajó la
posibilidad de coger un taxi hasta Hedestad y subirse al primer tren que fuera
hacia el sur. En vez de eso, se puso un jersey más, se abrigó con una manta y se
sentó a tomar café a la mesa de la cocina, mientras leía viejos informes
policiales.
Unos días más tarde el tiempo cambió y la temperatura subió hasta unos
agradables 10 bajo cero.
Mikael empezó a conocer a la gente de Hedeby. Martin Vanger cumplió su
promesa y lo invitó a cenar; una cena preparada por él mismo: solomillo de alce
con vino tinto italiano. El industrial no estaba casado, pero mantenía una relación
con una tal Eva Hassel, que les acompañó durante la cena. Eva Hassel era una
mujer cariñosa, abierta y amena, Mikael la encontró extraordinariamente
atractiva. Era dentista y vivía en Hedestad, pero pasaba los fines de semana con
Martin Vanger. Poco a poco Mikael fue sabiendo que se habían conocido hacía
muchos años, pero que no empezaron a relacionarse hasta una edad ya
avanzada, y no veían ninguna razón para casarse.
—La verdad es que es mi dentista —dijo Martin Vanger, riéndose.
—Y entrar en esta familia de locos no es una cosa que me entusiasme —dijo
Eva Hassel, dándole a Martin Vanger unas cariñosas palmaditas en la rodilla.
El chalé de Martin Vanger era el sueño de todo soltero. De arquitectura
moderna y decorado con muebles en negro, blanco y cromado, su carísimo