Sábado, 8 de marzo - Lunes, 17 de marzo
Lisbeth Salander pasó toda la semana en cama con dolores en el bajo vientre
y hemorragias anales, así como con otras heridas menos visibles que tardarían
mucho más tiempo en curarse. Esta vez había sido una experiencia totalmente
distinta a la primera violación que sufrió en el despacho; ya no se trataba de
coacción y humillación, sino de una brutalidad sistemática.
Se dio cuenta tarde, demasiado tarde, de que se había equivocado por
completo al juzgar a Bjurman.
Lo había visto como un hombre al que le gustaba ejercer el poder y dominar
a los demás, no como un sádico consumado. La había tenido esposada toda la
noche. En varias ocasiones, pensó que la iba a matar; de hecho, hubo un
momento en el que le hundió una almohada en la cara hasta que ella sintió cómo
se le dormía todo el cuerpo. Estuvo a punto de perder el conocimiento.
No lloró.
Aparte de las lágrimas causadas por el dolor puramente físico de la violación,
no derramó ni una sola lágrima más. Tras abandonar el piso de Bjurman, fue
cojeando hasta la parada de taxis de Odenplan, llegó a casa y subió las escaleras
con mucho esfuerzo. Se duchó y se limpió la sangre. Luego bebió medio litro de
agua y se tomó dos somníferos de la marca Rohypnol; acto seguido, se fue a la
cama dando algunos traspiés y se tapó la cabeza con el edredón.
Se despertó dieciséis horas más tarde, el domingo a la hora de comer, con la
mente en blanco e insistentes dolores de cabeza, músculos y bajo vientre. Se
levantó, bebió dos vasos de yogur líquido y se comió una manzana. Luego se
tomó dos somníferos más y regresó a la cama.
Hasta el martes no tuvo fuerzas para levantarse. Salió y compró un paquete
grande de Billys Pan Pizza, metió dos pizzas en el microondas y llenó un termo
de café. Luego se pasó toda la noche en Internet leyendo artículos y tratados
sobre la psicopatología del sadismo.
Se fijó en un artículo publicado por un grupo feminista de Estados Unidos en
el que la autora sostenía que el sádico elegía sus « relaciones» con una precisión
casi intuitiva; la mejor víctima era la que pensaba que no tenía elección e iba a su
encuentro voluntariamente. El sádico se especializaba en individuos inseguros en
situación de dependencia, y tenía una espeluznante capacidad para identificar a
las víctimas más adecuadas.
El abogado Bjurman la había elegido a ella.
Eso la hizo reflexionar.
Le daba una idea de cómo la veía la gente.
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