Viernes, 11 de julio
Mikael se despertó a las seis de la mañana a causa del sol que se colaba a
través de una rendija de las cortinas y le daba de lleno en la cara. Le dolía un
poco la cabeza y sintió una punzada de dolor al tocar la cinta quirúrgica. A su
lado, Lisbeth Salander dormía boca abajo con su brazo sobre él. Mikael
contempló el dragón que se extendía diagonalmente por su espalda, desde el
omoplato derecho hasta la nalga izquierda.
Le contó los tatuajes. Aparte del dragón y de una avispa en el cuello, tenía
tatuado un brazalete alrededor de uno de los tobillos, otro alrededor del bíceps del
brazo izquierdo, un signo chino en la cadera y una rosa en la pantorrilla. Excepto
el dragón, se trataba de tatuajes pequeños y discretos.
Mikael salió con cuidado de la cama y corrió las cortinas. Fue al baño y luego
volvió sigilosamente a la cama, intentando meterse bajo las sábanas sin
despertarla.
Un par de horas más tarde desay unaron en el jardín. Lisbeth Salander miró a
Mikael.
—Tenemos un misterio que resolver. ¿Cómo lo vamos a hacer?
—Reuniendo los datos que poseemos e intentando obtener más.
—Uno de los datos es que alguien cercano a nosotros va a por ti.
—La cuestión es ¿por qué? ¿Porque estamos a punto de resolver el misterio de
Harriet o porque nos hemos topado con un asesino en serie que no ha sido todavía
descubierto?
—Las dos cosas tienen que estar relacionadas.
Mikael asintió con la cabeza.
—Si Harriet consiguió averiguar que existía un asesino en serie, es que éste
era alguien de su entorno. Si estudiamos la galería de personajes de los años
sesenta, hay, por lo menos, una veintena de candidatos posibles. En la actualidad
apenas si contamos con Harald Vanger, y me cuesta mucho creer que sea él, con
casi noventa y cinco años de edad, quien vaya corriendo por el bosque con un
rifle. No tendría fuerzas ni para levantar una escopeta de las de cazar alces.
Todas las personas son o demasiado viejas para ser consideradas peligrosas hoy
en día, o demasiado jóvenes para haber participado en los años cincuenta. Así
que eso nos devuelve a la casilla de salida.
—A no ser que se trate de dos personas que trabajan juntas. Una mayor y
otra más joven.
—Harald y Cecilia. No creo. Estoy convencido de que me dijo la verdad
cuando me aseguró que no era ella la de la foto de la ventana.
—Entonces, ¿quién era?
Abrieron el iBook de Mikael y dedicaron la siguiente hora a examinar en