Capítulo 11

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Sábado, 1 de febrero - Martes, 18 de febrero

El sábado, aprovechando las pocas horas de luz, Mikael y Erika dieron un

paseo con dirección a Östergården pasando por el puerto deportivo. A pesar de

que Mikael llevaba un mes en la isla de Hedeby, nunca había visitado su interior;

el frío y las tormentas de nieve le habían disuadido, con gran eficacia, de

semejantes aventuras. Pero ese sábado el tiempo era soleado y agradable, como

si Erika hubiese traído consigo la esperanza de una tímida primavera. Estaban a 5

grados bajo cero. El camino estaba flanqueado por los montones de nieve, de un

metro de alto, que había formado la máquina quitanieves. En cuanto

abandonaron los alrededores del puerto se adentraron en un denso bosque de

abetos, y Mikael se sorprendió al ver que Söderberget era considerablemente

más alta y más inaccesible de lo que parecía desde el pueblo. Durante una

fracción de segundo pensó en las veces que Harriet Vanger habría jugado de niña

en esa montaña, pero luego apartó esa imagen de sus pensamientos. Al cabo de

unos cuantos kilómetros el bosque terminaba abruptamente junto a un cercado en

el que empezaba la granja de Östergården. Pudieron ver un edificio blanco de

madera y un gran establo rojo. Renunciaron a subir hasta la casa y regresaron

por el mismo camino.

Cuando pasaron por delante de la Casa Vanger, Henrik Vanger dio unos

sonoros golpes en la ventana de la planta superior y les hizo señas con la mano

para que subieran. Mikael y Erika se miraron.

—¿Quieres conocer a toda una leyenda industrial?

—¿Muerde?

—Los sábados no.

HenrikVanger los recibió en la puerta de su despacho y les estrechó la mano.

—La reconozco. Usted debe de ser la señorita Berger —saludó—. Mikael no

me había dicho que pensara visitar Hedeby.

Uno de los rasgos más destacados de Erika era su capacidad para entablar

amistad de inmediato con todo tipo de individuos. Mikael había visto a Erika

desplegar todos sus encantos con niños de cinco años, los cuales, en apenas diez

minutos, estaban completamente dispuestos a abandonar a sus madres. Los viejos

de más de ochenta no parecían constituir una excepción. Los hoyuelos que se le

formaban al reírse eran tan sólo un aperitivo. Al cabo de dos minutos, Erika y

Henrik Vanger ignoraron por completo a Mikael, charlando como si se

conocieran desde pequeños; bueno, teniendo en cuenta la diferencia de edad, por

lo menos desde que Erika era una niña.

Erika empezó a reprocharle cariñosamente a Henrik Vanger que se hubiera

llevado a su editor jefe a ese perdido rincón del mundo. El viejo se defendió

La chica del dragón tatuadoWhere stories live. Discover now