Jueves, 20 de febrero - Viernes, 7 de marzo
La última semana de febrero Lisbeth Salander se atribuy ó a sí misma una
misión con el abogado Nils Bjurman, nacido en 1950, como un encargo especial
de alta prioridad. Trabajó aproximadamente dieciséis horas al día y realizó la
investigación personal más minuciosa de su vida. Se sirvió de todos los archivos y
documentos públicos a los que tuvo acceso. Investigó su círculo más íntimo de
familiares y amigos. Estudió su situación económica y analizó en detalle su
carrera profesional y los cometidos realizados.
El resultado fue decepcionante.
Bjurman era jurista, miembro de la Asociación de Abogados y autor de una
tesis, respetablemente extensa pero extraordinariamente aburrida, sobre derecho
comercial. Su reputación era intachable. Nadie pudo jamás reprobarle nada,
excepto aquella única vez en la que fue denunciado a la Asociación de Abogados:
se le tachó de intermediario en un negocio inmobiliario con dinero negro —de
eso hacía y a más de diez años—, pero pudo demostrar su inocencia y el caso fue
archivado. Sus finanzas estaban en orden; el abogado Bjurman era rico, con al
menos diez millones de coronas en bienes. Pagaba más impuestos de los
necesarios, era miembro de Greenpeace y Amnistía Internacional y donaba
dinero a la fundación para el Corazón y el Pulmón. Raramente aparecía en los
medios de comunicación, pero en algunas ocasiones había firmado peticiones de
apoy o a presos políticos en el Tercer Mundo. Vivía en un piso de cuatro
dormitorios en Upplandsgatan, cerca de Odenplan, y era secretario de su
comunidad de vecinos. Estaba divorciado y no tenía hijos.
Su matrimonio duró catorce años, y el divorcio se hizo amistosamente.
Lisbeth Salander se centró en su ex esposa, que se llamaba Elena y procedía de
Polonia, pero que había vivido en Suecia toda su vida. Ella trabajaba en un centro
de rehabilitación médica y, según parece, se volvió a casar, felizmente, con un
colega de Bjurman. Por ahí no había nada que buscar.
El abogado Bjurman actuaba regularmente como supervisor de jóvenes que
se habían metido en líos con la justicia. Antes de ser el administrador de Lisbeth
Salander, fue el tutor de cuatro chicos. Se trataba de menores de edad, de modo
que su cometido finalizó con el simple fallo del juez en cuanto alcanzaron la
mayoría de edad. Uno de esos clientes seguía recurriendo a Bjurman como
abogado, así que tampoco allí parecía haber ningún conflicto. Si Bjurman se
había aprovechado sistemáticamente de sus protegidos, lo cierto era que allí no
salía absolutamente nada a flote; por mucho que Lisbeth buceó en esas profundas
