Capítulo 22

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Jueves, 10 de julio

Desayunaron en el jardín en silencio y sin leche para el café. Antes de que él

fuera a buscar una bolsa de basura para quitar a la gata de allí, Lisbeth sacó una

pequeña cámara digital Canon para hacer unas fotos del macabro espectáculo.

Sin saber muy bien qué hacer con el cadáver, Mikael lo metió en el maletero del

coche. Debería poner una denuncia a la policía por maltrato de animales y

posiblemente también por amenazas, pero no sabía muy bien cómo explicar el

motivo de esas amenazas.

A las ocho y media, Isabella Vanger pasó caminando en dirección al puente.

No los vio, o fingió no verlos.

—¿Cómo estás? —le preguntó finalmente Mikael a Lisbeth.

—Bien.

Ella le observaba desconcertada. « De acuerdo. Quiere que esté indignada» .

—Cuando encuentre al cabrón que tortura y mata a una gata inocente sólo

para hacernos una advertencia, cogeré un bate de béisbol y...

—¿Crees que se trata de una advertencia?

—¿Se te ocurre algo mejor? Esto significa algo.

Mikael asintió con la cabeza.

—Sea cual sea la explicación, hemos conseguido inquietar a alguien lo

suficiente como para que cometa una verdadera locura. Pero también hay otro

problema.

—Ya lo sé. Esto es un sacrificio animal al estilo de los de 1954 y 1960. Pero

no parece probable que un asesino de hace y a cincuenta años venga ahora

merodeando por aquí para dejar cadáveres de animales torturados delante de la

puerta de tu casa.

Mikael asintió.

—En tal caso, los únicos sospechosos serían Harald Vanger e Isabella Vanger.

Hay otros parientes may ores, también de la rama familiar de Johan Vanger,

pero ninguno vive por aquí.

Mikael suspiró.

—Isabella es una cabrona muy malvada, y seguro que sería capaz de matar

a una gata, pero dudo que en los años cincuenta se dedicara a asesinar en serie a

mujeres. En cuanto a Harald Vanger... no sé, parece tan decrépito que apenas

puede andar; me cuesta creer que haya salido a escondidas por la noche para

buscar a la gata y hacer todo eso.

—A no ser que se trate de dos personas. Una may or y otra joven.

Mikael oyó pasar un coche. Levantó la mirada y vio a Cecilia Vanger

desaparecer por el puente. « Harald y Cecilia» , pensó. Pero había algo que no

encajaba muy bien: el padre y la hija no se veían y apenas se dirigían la palabra.

A pesar de la promesa de Martin Vanger de hablar con ella, Cecilia seguía sin

devolverle las llamadas.

La chica del dragón tatuadoWhere stories live. Discover now