Viernes, 16 de mayo - Sábado, 31 de mayo
Mikael Blomkvist abandonó el centro penitenciario de Rullåker el viernes 16
de mayo, dos meses después de haber sido encarcelado. El mismo día en el que
ingresó había presentado, sin muchas esperanzas, una petición de reducción de
condena. Nunca le quedaron claras las causas técnicas por las que lo soltaron,
pero sospechaba que tal vez tuviera que ver con el hecho de no haber utilizado
ninguno de sus permisos de fin de semana, y con que la ocupación del centro
fuera de cuarenta y dos personas, cuando el número de plazas se calculaba en
treinta y una. Fuera como fuese, el director, un exiliado polaco de unos cuarenta
años llamado Peter Sarowsky, con quien Mikael se entendía muy bien, dio el visto
bueno para acortarle el tiempo de condena.
Los días que pasó en Rullåker resultaron tranquilos y agradables. El centro
estaba destinado —en palabras de Sarowsky— a gente que se había metido en
líos y a conductores ebrios, no a verdaderos criminales. Las rutinas diarias
recordaban a las de un albergue. Sus cuarenta y un compañeros de prisión, la
mitad de los cuales estaba compuesta por inmigrantes de segunda generación,
consideraban a Mikael como una especie de rara avis dentro del grupo, lo cual —
¿qué duda cabía?— resultaba cierto. Era el único prisionero que salía en la tele, lo
que le otorgaba cierto estatus; ninguno de ellos lo consideraba un delincuente de
verdad.
El director tampoco lo hacía. Ya el primer día mantuvo una entrevista con
Mikael en la que le ofreció no sólo ay uda psicológica y orientación profesional,
sino también la posibilidad de asistir a los cursos de Komvux o de realizar otro
tipo de estudios. Mikael replicó que no tenía necesidad alguna de reinsertarse
socialmente; hacía y a varias décadas que había terminado sus estudios, y ya
contaba con un trabajo. En cambio, pidió que le dejaran usar su iBook en la celda
para continuar escribiendo el libro que le habían encargado. Su solicitud fue
concedida sin problema; Sarowsky le proporcionó, incluso, un armario con llave
a fin de poder dejar el ordenador en la celda sin que se lo robaran ni se lo
destrozaran. De todos modos, no era muy probable que eso ocurriera; todo el
mundo adoptó más bien una actitud protectora hacia Mikael.
Así que pasó dos meses relativamente agradables trabajando unas seis horas
diarias en la crónica de la familia Vanger. El trabajo sólo era interrumpido por un
par de horas de tareas de limpieza o actividades recreativas. Mikael y dos
compañeros, uno de Skövde y otro de origen chileno, se encargaban de limpiar el
gimnasio del centro todos los días. Las actividades recreativas consistían en ver la