Sábado, 1 de noviembre - Martes, 25 de noviembre
Lisbeth Salander navegaba por el ciberimperio de Hans-Erik Wennerström.
Llevaba más de once horas pegada a la pantalla del ordenador. Aquella incipiente
idea que tuvo en Sandhamn y que se había materializado en algún recóndito
rincón de su cerebro durante la última semana se había convertido en una
obsesión. Durante cuatro semanas se aisló en su apartamento haciendo caso
omiso a todas las llamadas de Dragan Armanskij. Se pasaba doce o quince horas
al día delante de su portátil, y el resto del tiempo meditaba sobre ese mismo
problema.
Durante el último mes había mantenido un esporádico contacto con Mikael
Blomkvist, que estaba igualmente ocupado y obsesionado con su trabajo en la
redacción de Millennium. Hablaban por teléfono un par de veces por semana y
ella le mantenía al día de la correspondencia de Wennerström y los demás
asuntos.
Por enésima vez repasó todos los detalles. No es que temiera haberse perdido
alguno, pero no estaba segura de haber comprendido la relación entre todas esas
intrincadas conexiones.
El célebre imperio de Wennerström era como un organismo deforme que
latía con vida propia y cambiaba constantemente de forma. Estaba compuesto de
opciones, obligaciones, acciones, participaciones en sociedades, intereses por
préstamos, intereses por ingresos, depósitos, cuentas, transferencias y miles de
cosas más. Una parte extraordinariamente grande del capital se había invertido
en empresas buzón donde unas eran dueñas de otras.
Los análisis más optimistas del Wennerstroem Group, realizados por
economistas de poca monta, calculaban que su valor ascendía a más de
novecientos mil millones de coronas. Una simple mentira o, por lo menos, una
cifra tremendamente exagerada. Pero Wennerström no era un muerto de
hambre. Lisbeth Salander estimó que en realidad la cifra se situaba en torno a
unos noventa o cien mil millones, lo cual no era moco de pavo. Hacer una
inspección seria de todo el grupo llevaría años. En total, Salander había
identificado cerca de tres mil cuentas diferentes y activos bancarios distribuidos
por todo el mundo. Wennerström se dedicaba al fraude con tal magnitud que sus
actividades no se consideraban ya delictivas, sino simplemente negocios.
En alguna parte de ese deforme organismo también había sustancia. Tres
recursos aparecían constantemente en la jerarquía. Los bienes suecos fijos,
inatacables y auténticos, se encontraban expuestos a la inspección pública, a
consultas de balances anuales y auditorías. Las actividades americanas eran